No caben demasiadas dudas de que la vida pública española está cambiando, diría que aceleradamente. En el centro de esos cambios, Ciudadanos y la, así llamada, cuestión catalana. Ambas cosas están relacionadas. El partido de Albert Rivera ha sabido hegemonizar la reacción nacional-española contra el independentismo catalán y está logrando imponer su agenda en el debate político. La reacción de las demás fuerzas políticas es débil cuando no confusa. El PP tiene, por primera vez, un adversario serio a su derecha que le disputa la hegemonía electoral y, lo que es más grave, sus relaciones con los poderes fácticos. El PSOE se ha quedado, literalmente, sin política entre las dudas metafísicas de Pedro Sánchez y el alineamiento férreo de Susana Díaz con la derecha española. En medio, Podemos recibiendo todo tipo de ataques, manteniendo su posición en defensa de un federalismo plurinacional, democrático y solidario.

Quizás lo más problemático sea ponerse de acuerdo en el análisis y no terminar pasando sin solución de continuidad del ser al deber ser. Definir a España como un Estado plurinacional no es extraño ni a la Constitución ni a la vida pública de españolas y españoles. En nuestro país coexisten nacionalidades históricas, regiones y pueblos que están definiendo un proyecto histórico autónomo y diferenciado como Andalucía. Curiosamente, los distintos nacionalismos piden hablar de Estado español y no de España. De nuevo se confunde lo que es con lo que debería ser. España es la pluralidad, la diversidad y un proyecto que anuda voluntades y emociones. El Estado español es lo que habría que cambiar democratizándolo, haciéndolo más eficaz y cortando los hilos que lo engarzan con una vetusta oligarquía que lo captura y lo hegemoniza.

La clave, a mi juicio, sigue siendo Andalucía. Solo nuestra Comunidad está en condiciones políticas, económicas y demográficas para impulsar un nuevo proyecto de país que vuelva a relacionar cuestión social, cuestión territorial y democratización de la vida pública española. La liberación económico social de nuestro pueblo es perfectamente compatible con una España plurinacional, federal y solidaria. No tenemos que inventarnos ni agravios comparativos ni propuestas que acaban siendo el lado oscuro del nacionalismo español; basta con hacer nuestras las esperanzas, deseos y aspiraciones de nuestro pueblo.

Hay algo más. A estas alturas no se puede negar que el PSOE en Andalucía se ha quedado sin proyecto, que vive de la inercia de un pasado ya muy lejano y que los impulsos de renovación se han ido quebrando por el ejercicio de un poder cada vez más desnudo y fiero. Ahora como antes, necesitamos un Pacto Andaluz por una España plurinacional, democrática y solidaria. Lo necesitamos para renovar España, pero también para un nuevo proyecto andaluz que fortalezca su autogobierno, que desarrolle un nuevo modelo productivo social y ecológicamente sostenible, que haga reales los derechos sociales constitucionales y que garantice el futuro de unas nuevas generaciones que viven un bloqueo estructural de horizontes y de vida.

La democracia participativa, la democracia de la vida cotidiana que proponemos hay que construirla desde ahora. Este Pacto Andaluz por una España federal debería de nacer desde abajo creando «juntas federalistas» en los territorios que rompan barreras políticas y sindicales y que organicen un proyecto de vida capaz de comprometer a las mayorías sociales. Frente a la reacción que pretende polarizar el país entre dos proyectos de la derecha, hay que construir un «sujeto político democrático-popular» que tenga como objetivo cambiar España y cambiar Andalucía. El federalismo que viene necesita la voz justiciera, libertaria y vital de una Andalucía que no se rinde, que no se somete a la oligarquía y que se siente parte de un proyecto colectivo.

* Parlamentario de Unidos Podemos por Córdoba