Mis recuerdos se hunden en el secretismo con el que mi madre contaba, en voz muy baja, cómo en los años que duró la guerra y los que le siguieron, oía por las noches con verdadero terror las descargas de fusilería con que se asesinaba a los vecinos en la tapia del cercano cementerio de la Salud.

El franquismo cometió cientos de miles de asesinatos que quedaron impunes. Lo hicieron con una crueldad inusitada y privaron además, a los familiares de las víctimas del consuelo de poder velar y enterrar sus cadáveres de una forma digna y decente. Conmueve ver en estos días los restos mortales que están desenterrando en las cunetas o cualquiera de las fosas comunes que se están excavando. Solo desde unas mentes rebosantes de odio se puede concebir tanta crueldad.

Pero la maldad del franquismo no se limitó a asesinar, también nos ocultaron a los niños en la escuela la historia de lo que ocurrió. Aprendimos que Franco, Queipo de Llano, Mola, Cascajo, José Antonio, eran unos héroes. Azaña, un asesino. La cultura se limitaba a leer los clásicos y a José María Pemán. Descubrí la existencia de Miguel Hernández de mayor y por mi cuenta. Los perdedores no existieron, salvo Santiago Carrillo, el asesino de Paracuellos. Los maestros eran del Régimen, los anteriores de la República los fusilaron o represaliaron. El resultado fue que varias generaciones crecimos en la más absoluta ignorancia de lo que realmente ocurrió, con el añadido del miedo que nos habían transmitido nuestros mayores. Esa ignorancia continuó cuando llegó la democracia. El ruido de sables en los cuarteles y el miedo a una repetición de la tragedia, hizo que nos conformáramos con la recuperación de las libertades y la democracia, que no era poco, pero nada de mirar hacia atrás. Una ley de amnistía para los asesinos y aquí no ha pasado nada. También se enterró la historia.

En esas condiciones, ¿alguien sensato puede pensar que conocíamos quién era Antonio Cañero?

Cuando remodelamos la plaza del barrio, la Asociación de Vecinos nos pidió que cambiáramos el nombre que tenía de Monseñor Fernández Conde. No querían el nombre de un obispo para su plaza y nos pidieron que le pusiéramos el nombre del barrio. Por cierto, entre los vecinos había bastantes «comunistas». Y el Pleno, por unanimidad lo aprobó.

El año pasado me enteré de que el interventor que habíamos tenido en el Ayuntamiento durante los primeros años, Antonio Baena Tocón, fue miembro del Tribunal Militar que condenó a Miguel Hernández. Aunque en su momento lo hubiéramos sabido, poco se podía hacer, estaba amnistiado. Me adelanto a la posible acusación de que «los comunistas» consentimos tener de interventor a un sujeto como ese.

Es un sarcasmo que los representantes políticos de la derecha, empeñados en parecer herederos del franquismo, utilicen nuestro desconocimiento, fruto de la represión sufrida en la dictadura, como argumento político.

Ahora las circunstancias han cambiado, estamos conociendo la verdad de lo que pasó por estudios realizados por historiadores y además existe una Ley de la Memoria que obliga a recuperar los restos de las víctimas y a borrar de los espacios públicos los nombres de los represores. Me adhiero al acuerdo del Pleno Municipal que aprobó el informe de la Comisión.

* Exalcalde de Córdoba