Desde esta atalaya que es mi kiosco en el centro de Córdoba, observo una sociedad que se ha creado en torno al egoísmo; al mirar a otro lado ante actitudes que nos perturban o, simplemente, nos cuestionan nuestro modo de vida. El echar la culpa a las altas esferas cuando no somos capaces ni de controlar nuestros instintos. El ladrón es ladrón y el maleducado es maleducado, tenga la nómina o el puesto que tenga.

Me gustaría que llegara un hartazgo; una cambio provocado por la gente justa y honrada que se canse de callar y verse menospreciado por los defensores del «todo vale». Ojo, que no me convierto en adalid de ninguna causa, quizás porque no soy un ejemplo del «hacer todo bien». Entre otras cosas por la desidia de no confrontar algunas cosas que veo. Pero debo admitir que últimamente me indigna la forma de justificar cualquier acción por razones tan pelegrinas como «qué más da» o «si roban otros».

Imaginad una ciudad donde cada ciudadano pegara la bronca a otro por echar papeles al suelo (lo de los alumnos de cierto instituto de la zona a la hora del recreo es indignante). Tan solo intuid la escena de tener que discutir con la señora que cada mañana se afana en robar las macetas plantadas en los arriates de Las Tendillas y que a mi reprimenda contesta con «esto lo pago yo». ¿Podéis creer la estupefacción que genera tener que evitar que un energúmeno provoque a su perro para que destroce una paloma malherida delante de mi kiosco? Sí, evité que la matara, pero casi me tengo que pegar con ese personaje por evitar tal escena.

Estoy cansado de suspirar. De creer que podemos crecer en civismo y ayudarnos unos a otros. Lo peor es que estamos enseñando que la forma de subsistir en un mundo de locos, es ser el más loco de ellos.

¿Esto habla de políticos, banqueros o empresarios? No, para eso queda otra parte que estaré encantado de publicar. Hablo de la gente corriente que hace que el mundo gire. Hablo de ver a personas creativas o emprendedoras con ganas de trabajar que se cansan de darse cabezazos contra la pared ante las dificultades.

Córdoba se muere entre excusas y comparaciones. No crecemos porque culpamos al prójimo. Algún día os pondré mil ejemplos de gente que podría cambiar esta tendencia --si los dejan-- y no pertenecen a ningún grupo o lobby. Pero, eso es otra historia...

Hoy os animo a uniros a esta rebelión de los justos. Con nuestras virtudes y defectos. Porque, hoy, regreso a esta tribuna a expiar mi desidia.

* Escritor