Un verdadero lastre para el castellano (perdón; tal vez sería políticamente más correcto decir una verdadera Lastra) está siendo esta extravagancia que, durante los últimos años, nuestra clase política viene manifestando al confundir «la igualdad de derecho» con el irregular uso del idioma. La última experiencia de ello ha coincidido con la comparecencia, este pasado jueves 8 de febrero, de la exbecaria Irene Montero ante los medios de comunicación, defendiendo a su «con-genera» del PSOE Adriana Lastra por usar el término «portavoza» como una forma de dar mayor «visibilidad» a las mujeres en su lucha por la igualdad de derechos con los hombres.

Nada hay más sofístico e incierto que esa quimérica pretensión. Pretensión manifestada por este cúmulo de farsantes de la política, que consideran que por tratar el idioma a patadas se puede alcanzar la igualdad de derechos. La igualdad de derecho sólo se puede conseguir mediante la «acción colectiva», pero, claro, eso posiblemente lo ignore Irene Montero, pues seguramente no habrá nunca oído hablar de Mancur Olson, de John Searle o de Sidney Tarrow, y, es que, tampoco le fue necesario a la becaria ilustrarse con tal literatura para obtener el pingüe jornal de diputada que ahora recibe mensualmente (el que le ha permitido dejar su posición de humilde becaria de doctorado). Actualmente, con menos esfuerzo, aunque no es doctora, si tiene un púlpito desde el que «hacer doctrina» y, por lo tanto, desde el que «adoctrinar» al pueblo.

Montero desconoce que el idioma no forja la realidad (si acaso la describe) y por mucho que a las cosas las llamemos de un modo u otro, si no las cambiamos (en la realidad), no cambiaran más que en la forma de ser descritas. Con el uso irregular y anómalo del idioma, lo más que podemos es, llegado el caso, inculcar equívocos y confundir a la gente, pero, pensándolo bien, tal vez sea éste el objetivo que esté moviendo a nuestra clase política para defender tan horrendo uso del idioma. Pues bien, en coherencia con su apasionada defensa del uso de «portavoza» (la «voz», siempre fue un sustantivo de género femenino en castellano sin necesidad de incluir la vocal «a» al final de la palabra) para referirse a la persona autorizada para hablar en nombre de una colectividad, creo que la próxima vez que Irene Montero (o sus con-generas) se refieran a ellas mismas, en lugar de decir que representan «una cargo público» deberían decir que representan «una carga pública», a lo mejor es cierto.

* Catedrático de Universidad. Académico correspondiente de la Real Academia de Córdoba