Tomás Egea Azcona. Pintor. Vidrierista. Ilustrador... Murió sin que supiésemos que moría. Otro trozo de alma que se le va a Córdoba. Otro amigo que se me ha ido en silencio. Ya sé que un artículo de opinión no es lugar para confidencias personales, pero el invierno sigue con su incendio de nieve, cae la tarde y no volverá la esperanza de encontrar a este hombre bueno, sensible, que sonreía, preguntaba, comentaba y se ilusionaba. ¿Qué generación sustituirá el vacío que van dejando estos hombres y mujeres que florecieron cuando Europa salía de sus terribles guerras y España empezaba a bostezar de su letargo sin fin? Ahora, entre susurros de añoranzas, vamos perdiendo la memoria de todo lo que creímos poseer, porque nos hemos convertido en prisas, soledades y apariencias. El miedo aletea sobre la estética del amor y convierte el Arte en vacíos donde la estolidez hace su agosto con el deletéreo histrionismo de usar y tirar. Los grandes maestros, como Tomás, se fueron arrinconando, aburridos de unas nuevas generaciones que entendían el arte sin tradición. Luego, el olvido los va barriendo. ¿Qué juventud sabrá quién fue Tomás? ¿Quién mirará hacia cualquiera de sus vidrieras y se preguntará qué mano y qué ojos le dieron tanta vida al amanecer, tanta alegría a la penumbra? Porque Tomás, desde la sensibilidad serena de su trabajo, transmitía un profundo amor a la vida. Sus colores eran su corazón y su honrada visión de la verdad, sin llegar nunca a herir en su análisis o su crítica. Ahora sólo nos queda el silencio, otra gota de silencio en el silencio con que Córdoba se ignora a sí misma. De nuevo nos olvidaremos de recuperar al hombre y a su obra. Parece que la noche va a triunfar y ya no tendremos nunca más la oportunidad de otra esperanza. Siempre que se va un amigo o se pierde un amor, quedan en el corazón las resonancias que la melancolía produce en su vacío. Es un dolor imperceptible; nada lo acompaña, porque nunca nos acostumbramos a esa oquedad y su temblor. Y seguimos avanzando por la vida, balbucientes, tanteando en la perpetua oscuridad, con la continua desesperación de querer hallar alguien a quien asirnos, para acabar cada día más solos, más perdidos y más abandonados. Así hasta que nos sintamos tan lejanos, que sólo deseemos apagarnos sin fin.

* Escritor