El 2017 se fue como encharcado en la corriente de un río. Llegó al océano y rápidamente nació el 2018. Borrón y cuenta nueva dicen algunos que les ha ido muy mal u otros que les ha ido tan bien que mejor se olvidan de él. El pasado no existe, pues es solo un remoto recuerdo que martillea la memoria con su nostalgia impertinente. Solo existe el presente. El futuro es incierto, impreciso, pues se crea con la ilusión de lo que vendrá algún día y a veces no llega. Ni siquiera se puede programar, pues cualquier incidente lo hace imposible. Tampoco es posible aferrarse al presente porque dura centésimas de segundos y mientras se reflexiona pasa inexorablemente, sin pedirle permiso a nadie, dejando solo rastros de felicidad o de amargura, diminutos recuerdos que se pierden en un eco lejano de una música que se esparce como un agua de lluvia.

Todo comienza de nuevo. Los periodistas buscaremos las excusas necesarias para que todo gire por los cánones de la actualidad y nos inventaremos centenarios, cincuentenarios y decenios para que todo cuadre.

Se trata simplemente de una excusa, pero si vivieran cumplirían cien años en 2018 dos grandes poetas españoles: Leopoldo de Luis y Mario López, ambos, grandes maestros del verso, auténticos creadores de poéticas personales de una calidad arrolladora, aunque ni uno ni otro estuvieron en el canon oficial de los nombres, ese que dictan en democracia y en dictadura los amigos de los políticos. Pero dejaron su obra, la calidad de sus versos, única garantía testamentaria de los artistas, pues la fama se evapora sin dejar rastro. Es sólo presente ingrato, flor de un día. Estos y tantos otros han trabajado en silencio y han publicado ante una inmensa minoría sin importarles demasiado los resultados, pues ya sabían de antemano que en muy pocos casos coincide calidad y fama.

Muchos héroes ayudan a sacar de las catacumbas a los grandes poetas prohibidos e ignorados. Muy pocos llegan a ser reconocidos. Pero al verdadero creador apenas le importa el resultado. Su misión sagrada es la escritura y poco importa un galardón, un reconocimiento. Muchos pasaron la vida con intensidad invisible y por eso no dejaron de ser grandes poetas, aunque la gente se percatará al final o después de la muerte.

El arte no es ingrato sino los que lo pontifican y deciden cuando mercadean con la calidad o con una osadía denigrante.

* Escritor y periodista