En noviembre del pasado año, la comisión asesora del Centro Andaluz de las Letras acordó, por unanimidad proponer, como autor del año 2018, al poeta cordobés Pablo García Baena, el «artesano de la palabra», tal y como a él gustaba definirse. Pues bien, han transcurrido solo unos días del año y Pablo nos ha dejado. La última estuve con él fue a finales de diciembre, con motivo de la presentación, por la Fundación Bodegas Campos, del libro Navidad en Córdoba de la Editorial Almuzara.

Y es que Pablo mantuvo, durante toda su vida, una estrechísima relación con esta casa, de la mano de su amigo Paco Campos, y de los sobrinos de éste, Pepe y Javier, al igual que todos los integrantes del Grupo Cántico, en especial Ricardo Molina, que vivía pared con Bodegas, y Ginés Liébana. Como muestras, su Elogio de la gastronomía cordobesa, que escribió con motivo de la puesta en marcha de la Cátedra de Gastronomía de Andalucía, o, cuando se le hizo entrega de la Medalla de Oro del Ateneo, en 2009, pronunció esas palabras que a todos nos llenaron de satisfacción: «Cuando un amigo escritor y visitante de Córdoba me pregunta si aquí no hay casa de la cultura, yo le respondo: sí, la casa de la cultura está en Bodegas Campos».

Siempre nos apoyó con sus palabras o como simple oyente, en múltiples actividades culturales de las realizadas en la calle Lineros. Como reconocimiento por esta labor, junto a la Fundación Cruz Campo, se le ofreció, también en 2009, un homenaje, junto a un recital flamenco (del que era un enamorado) con la participación de Rafael Espejo, Churumbeque hijo, al cante; Encarnación López, al baile; y Juan Ramón Cisneros a la guitarra. Y, en marzo del pasado año, se presentó el libro Antología de Pablo García Baena de José Infante.

Un enamorado de Córdoba, que nunca quiso dejar, pese a que vivió muchos años en Málaga. Tal y como reconoció a Rosa Luque, en las páginas de este periódico, «Córdoba tiene a través del tiempo una línea del silencio, la sencillez; la arquitectura, incluso lo más barroco, tiene un canon». Una imagen añorada de la ciudad, ya que todo «eso ahora está convertido en mercadillos». Sin embargo, Pablo apostaba por «hacer de Córdoba una ciudad cultural como son Salamanca o París. Esa debe ser la única meta de Córdoba, todo lo demás son tonterías... La cultura es lo único que puede salvar a Córdoba, no hay más que andar en ese camino».

A Pablo le habría encantado tallar imágenes, al igual que su padre, que comenzó como tallista, más que ser poeta. Afortunadamente para los demás se decantó por esto último y ha tenido todos los posibles reconocimientos por su trabajo y entre los que destacan el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, así como el de hijo predilecto y medalla de oro de la Ciudad de Córdoba, hijo predilecto de Andalucía, Premio Internacional de poesía Ciudad de Melilla, Premio Andalucía de las Letras, Académico de Honor y Medalla de oro de Góngora de la Real Academia de Córdoba, Premio Fundación Fernando Quiñones, Medalla de Oro de la Diputación de Málaga, Premio Especial Ojo Crítico, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, Premio de Letras Andaluzas Elio Antonio de Nebrija o el más de reciente, su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la UCO.

En sus propias palabras, su «poesía es una obra de artesanía, de acumulación de recuerdos y cosas que voy ensamblando. Nunca me he creído un escritor, en todo caso he sido un artesano de la palabra». Sin duda, es uno de los autores fundamentales de la literatura andaluza del pasado siglo que, como reconoció el Centro Andaluz de las Letras, llevó a cabo una profunda renovación de la lírica andaluza a partir de su propia tradición poética en la que el barroco dialoga con la modernidad.

Pablo nos ha dejado, pero nos queda su poesía y ese pensamiento de que morir «es terminar para el mundo, pero siempre habrá otros mundos lejanos».

* Presidente de la Fundación Bodegas Campos