El optimismo es sin duda una de las mejores cosas que he aprendido del feminismo. Aunque mi razón, tan deudora de la unilateralidad masculina, me lleve con alguna frecuencia al vértigo que me hace sentir al borde del precipicio, desde hace algún tiempo intento agarrarme siempre al hilo que va hilvanando el futuro. De esta manera, recupero aunque sea en el último instante el aliento que siempre habitó en las manos costureras de mi madre, en las siempre activas de mis abuelas, en las educadoras de mis maestras, y así trato de continuar el largo y frondoso aprendizaje que supone desprenderse de ataduras y sentir que un mundo más ancho se abre ante mis ojos. Asumido que la vulnerabilidad es mi mayor fortaleza.

Aunque mi ciclo vital, como constante alumno que soy, se abre cada septiembre, es inevitable al empezar el año abrir los diarios y contemplar los raíles por los que el tren de la vida continuará buscando estaciones. Y aunque no soy de hacer propósitos de enmienda, ni mucho menos de justificarme con las farsas católicas de la culpa y el arrepentimiento, me coloco delante de la Agenda de la Librería Mujeres y voy anotando, entre voces de tantas amigas, los sueños que persigo. Los subrayo con rotulador violeta y pongo en mayúsculas la palabra a la que intento parecerme. Conceptualizar es politizar, dijo Celia Amorós. Lo personal es político me enseñaron tantas luchadoras.

Escribo la palabra feminismo y se muestra ante mí un mundo de posibilidades. Es como si estallara una explosión pacífica de redes tejidas por hermanas, un baile de ventanas abiertas de par en par y una biblioteca en la que los libros no solo contienen fechas sino también acontecimientos. Escribo la palabra tan manoseada y procuro conjurar así todas las tergiversaciones, los prejuicios y los sarpullidos neomachistas que hacen que tantas voces lúcidas suenen ridículas. Escribo la palabra que continúa sin aparecer en los manuales para confirmar que en ella sobran las tensiones porque ella siempre llamó a la suma cálidas de quienes entienden que la igualdad solo puede ser la crítica de la dominación. Escribo la palabra y entiendo que el sujeto político solo puede ser el que reclaman ser las que fueron excluidas del pacto.

Con ese vestido de cyborg a lo Haraway empiezo el 2018, bien armado de conceptos, emociones y palancas. Convencido de que sobran debates conceptuales, en ocasiones tan academicistas, y que faltan más prácticas cotidianas. Harto de que perdamos el tiempo buscando el sexo (género) de los ángeles y no nos ocupemos de las injusticias que provoca la alianza brutal entre patriarcado y neoliberalismo. Aburrido de tener que volver siempre al punto de partida y de enredarme en lecciones que ya deberían estar sabidas. Con muchísimo por aprender, y procurando huir de la etiqueta de una nueva masculinidad que no parece sino un regodeo en mi posición de privilegio, abro la puerta de un año en el que espero que el feminismo no solo sea una moda, o unas letras en camisetas de diseño, o una línea en el discurso de una estrella. Espero que, además de todo eso, se convierta en una propuesta ética que atraviese las vidas y las políticas, la educación y la cultura, los cuerpos y las mentes. Una sacudida que nos rehaga y que nos empuje inexorablemente a la acción política, al compromiso radical y, por supuesto, al abandono del silencio cómplice. Porque solo así conseguiremos que deje de haber adolescentes violadas, vientres de mujeres pobres alquilados, vaginas dispuestas para el placer de los poderosos, lolitas en los escaparates, jóvenes con miedo cuando vuelven a casa, madres solas que no llegan a final de mes o camareras de piso que hacen camas a precio de esclavas.

Escribo la palabra feminismo y sueño con que al fin todo el mundo entienda que es prima hermana de la democracia.

* Profesor de Derecho Constitucional de la UCO