Es cuanto menos deprimente que cuanto más avanza la legislación anti maltrato aumenten las mujeres asesinadas. Un análisis frío que no insensible debe de concluir que estamos ante un problema de índole y fibra social más que de simple casuística. Existe un elemento común que no es otro que el violento choque entre la antigua y aún muy viva subcultura del antiguo régimen donde la mujer a nivel institucional, popular y legislativo era inferior al hombre y la cultura democrática actual que aboga por la justicia independientemente del sexo. Y ese encontronazo existe porque después de cientos de años de supremacía machista, en 20 años de democracia más o menos real, equilibrar la balanza está siendo harto difícil; sobre todo en sectores sociales atrasados que son muchísimos por no decir la mayoría. Este escrito significa una advertencia a policía, jueces, a los vecinos de todas las calles acerca que de que la actual protección de la mujer es muy insuficiente debido a que las conciencias machistas siguen vigentes por doquier, aunque los centros de enseñanza estén haciendo un gran esfuerzo en educar por la igualdad y que las leyes penales están echando una mano valiosísima a la educación cívica aparte de condenar delitos. Pero tanta historia legal a favor del machismo aún está inserta en los genes de muchos hombres y mujeres. Genes que resucitan sin cesar el que ya debería ser un modelo social extinguido. O sea, como queda mucho por hacer queda también mucho que proteger. Todos nosotros, pero unos más que otros, somos hijos de nuestro entorno temporal. Digo unos más que otros porque solo unos pocos son vanguardistas, muchísimos menos que los machistas. Una de las pruebas de que aún seguimos ciegos y presos de una cruel crianza retrógrada es que muchos varones matan a sus mujeres antes de reconocer la independencia de estas. Y cuando contemplan el cuerpo inerte e indefenso se dan cuenta de lo tremendamente injusto de su acción. Entonces, rodeados de un tufillo de cobardía y desesperación optan por condenarse y se suicidan violentamente; se ejecuta la máxima pena que se le pudiera imponer y que incluso en nuestro país no está vigente por considerarse en democracia desproporcionada. Por supuesto ninguna pena es capaz de hacer justicia a ningún crimen, pero nadie puede negar que el asesinato seguido de suicidio es una tragedia plural al menos para terceros. Por tanto, es en la educación infantil donde se debe combatir con más rigor la violencia de genero. Y a propósito, la educación democrática, por lo bella y distinta que es, también exige, si no unas palabras de consuelo, no estigmatizar a la familia del asesino suicidado; ellos también sufren lo suyo.

* Abogado