Ahora que la película ha llegado a la tele, se reabre el debate sobre las secuelas de esta trilogía erótica. Está claro que la historia entre Cristian Grey y Anastasia Steele ha cautivado a mujeres de medio mundo y de todas las edades. Confieso que en su momento leí los tres libros por una combinación entre el morbo y la curiosidad. Y oye, como novela de entretenimiento un diez: fácil de leer, entretenida y adictiva. Pero de la misma forma que abre el universo BDSM a un público muy amplio, está reforzando unos estereotipos que querríamos evitar. Aviso, hay spoilers.

A medio libro descubrí foros que reclaman poner un Cristian Grey en tu vida y me dio qué pensar: se lee tan a gusto que convence. Pronto me di cuenta de que las escenas tórridas dan mucho que hablar y que las sombras se comentan poco. Pese a las manías persecutorias de la conquista -como espiarla en la tienda donde trabaja o investigar su pasado-- y que se intensifican después. Llegamos a ver con buenos ojos a un joven sexi y rico que le regala un móvil para localizarla en todo momento, le interviene el e-mail y compra la empresa donde acaban de contratarla para convertirse en su amo absoluto. Querer un Cristian Grey en nuestra vida es pasar por alto que le pone un entrenador personal varias veces a la semana para que esté en forma y aguante las acrobacias. Además la obliga a tomar pastillas anticonceptivas para olvidarse de los preservativos. No veo respeto ni igualdad en eso.

Lo alarmante no es precisamente lo que ocurre en la habitación roja de dolor, ni el contrato de sumisión --eso es explícito y ambas partes llegan a un acuerdo--. La reflexión va por todo lo que envuelve la trama para que ella decida quedarse durante tres libros y montar una familia. Empezando por los estereotipos protagonistas: hombre complicado, dominante y exitoso que ilustra a una chica modesta, normal e inocente. Ella se lo permite casi todo y se rinde a sus pies con la ilusión de que él cambie. ¿No nos suena? Pasa desapercibido todo lo que estamos aceptando y que le perdonamos a Cristian, pobrecito, porque tuvo una infancia difícil. No, eso no debería justificarlo todo.

Si de pequeñas leemos La Bella y la Bestia y de adolescentes esta trilogía, mejor que tengamos alguien al lado que nos traduzca qué sería eso en la vida real. Hablemos de si nos apetece usar esposas y experimentar juguetes, pero también sepamos leer entre líneas. Disfrutemos del erotismo de la lectura sin que nos impida ser críticas con las relaciones desiguales. Tanto si nos va el sexo vainilla como el bondage, aprovechemos el tirón de best-sellers como este para educar. Qué mejor forma de alimentar el discurso de la importancia de elegir libremente qué relaciones queremos y con quién. Y pienso especialmente en las mentes más jóvenes pero también en las que conviven con auténticas sombras de Grey aunque cueste verlas. Yo empezaría por desvestir las sombras de enigma y hablar de 50 machismos.

* Doctora en Sociología, especializada en transformación digital e innovación social