Ayer, mientras hasta en el pueblo más pequeño de España tenían lugar concentraciones y todo tipo de actos para concienciar a la sociedad contra la lacra de la violencia de género, en una localidad de Castellón se encontraba el cuerpo sin vida de una mujer de nacionalidad alemana a la que todo apunta que su pareja asesinó, tras desplazarse expresamente hasta nuestro país con ese objetivo. La funesta espiral no da tregua. Con este último crimen, serán 45 mujeres y 8 niños los asesinados este año; 917 y 23 niños desde que hace 14 años España empezó a compilar esta dura estadística. Al tiempo, en todo el mundo se estarían cometiendo ayer feminicidios, vidas arrebatadas en lo que es el último escalón de la violencia machista, pero ni mucho menos el único problema de lo que puede calificarse casi amablemente --pues no es una enfermedad contagiosa, sino una suerte de terrorismo universal-- como la mayor pandemia de la humanidad, y que consiste en que la mitad de la población mundial, las mujeres, está amenazada por un abanico de daños y abusos que van desde la discriminación, el maltrato psicológico o el acoso, hasta la explotación laboral o sexual, la privación de educación y libertad, la negación de los derechos fundamentales, el sometimiento al varón, la mutilación genital, la violencia sexual y, sí, el asesinato. O el asesinato de los hijos, la mayor expresión del odio y la dominación patriarcal. Todo ello en aras de un supremacismo inculcado en los hombres que ni siquiera cede en las democracias avanzadas como la nuestra, donde las leyes deberían garantizar la igualdad y proteger a las víctimas. Son tantas las excepciones, tan cotidianos esos gestos que muchas veces devienen en tragedia, que la celebración hoy, 25-N, del Día Internacional contra la Violencia de Género, cobra una gran trascendencia.

Desde hace semanas hay actividades para concienciar a la sociedad y hoy tendrán lugar manifestaciones (en Córdoba partirá a las 17,30 de la plaza de la Constitución) que deberían ser masivas. Porque, a pesar del impacto y del rechazo con que se reciben las noticias de los asesinatos machistas, la violencia de género sigue sin estar considerada como un problema de importancia vital para la convivencia. Los políticos, por fin, han asumido la gravedad de la situación, como demuestra que se haya alcanzado el Pacto de Estado contra la violencia de género, pero es necesario dotarlo económicamente para que afronte sus objetivos en la protección de las mujeres, el apoyo a los hijos y la ayuda para que las víctimas rehagan su vida. Es mucho trabajo el que queda por delante, y cada paso resulta costoso, pues acarrea avanzar en la igualdad entre géneros, pero es una batalla en la que la sociedad no se puede rendir, en la que los hombres tienen mucho que aportar, en la que hay que insistir en las denuncias y en no dejar solas a las víctimas, y en la que la educación es la clave.