A lo largo de los últimos años, entre las rutas migratorias con destino a Europa han destacado -por el volumen de personas y por la cantidad de tragedias humanitarias vividas- las de Libia hacia Italia y la que enlaza Turquía con Grecia. Desde la acentuación de la vigilancia marina y el aumento de la presión policial hasta los acuerdos europeos con Ankara, ambas vías de acceso han visto disminuir las cifras de emigrados o refugiados. Paralelamente, resurge el flujo entre el Magreb y España, no solo a través de Ceuta y Melilla sino (y esta es la novedad más inquietante) en la zona del Estrecho y el mar de Alborán. Las últimas noticias sobre la llegada de pateras a la costa de Murcia (a la que el delegado del Gobierno se ha referido, de forma lamentable, como «un ataque coordinado a nuestra frontera») reflejan el estado de la cuestión y las poco halagüeñas perspectivas de futuro, con el agravante de la descoordinación gubernamental ante un problema acuciante. En lo que llevamos del 2017, los inmigrantes que arriban a la península en pateras ya triplica el número del 2016, con cifras globales que no se daban desde hace más de 10 años. Muchos de ellos ocuparán el centro penitenciario de Archidona como CIE provisional, pero conviene exigir que la respuesta no sea ni provisional ni simplemente represiva. El drama humano amenaza con expandirse y es preciso enfocarlo con decisión y dignidad para con las personas.H