De vez en cuando hago, y lo recomiendo porque es saludable, lo que Manuel Vicent recomendó en aquel conocido artículo suyo del año 2014 titulado La dieta que consiste en desconectar un poco o un mucho de todo o de un algo al menos, de lo que se pueda. Juan de la Cruz también lo dijo, algunos siglos antes que Manuel Vicent, a su manera con una coplilla que decía: «Olvido de lo criado, memoria del criador, atención a lo interior y estarse amando al Amado». Bueno, Juan de la Cruz nos invitaba a desconectar de todo para conectar con Dios; yo, por el contrario de todo hasta de Dios; y, sin embargo hay otro que nos invita a conectar con otro Dios que es, sin ir más lejos o yendo, el Dios de los pobres, de los olvidados, de los sintecho y de los crucificados. Jesús de Nazaret ya nos invitó pero necesitamos píldoras de la memoria de vez en cuando. Por eso y porque desconecto de todo alguna vez necesito volver a la realidad con un motivo. Y esta vez me vino como anillo al dedo que un amigo pasase, aunque fuera fugazmente, por nuestra ciudad (no me refiero a Zidane). Se trata del Teólogo y Filósofo Juan José Tamayo Acosta (Amusco, Palencia, 1946), precisamente de quien he dicho líneas arriba que lleva años invitándonos a conocer otro rostro de Dios muy diferente del que estamos acostumbrados en este mundo occidental nuestro de cada día, y con quien comparto además de la amistad, el honor de la pertenencia a la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, de la que él es el secretario general.

Escuchar a Tamayo no solo es un privilegio sino que, con algo de atención a lo que dice, nos proporciona un cambio de paradigma mental que transforma el universo religioso al que estamos acostumbrados por un pluriverso, como él mismo dice, que nos permite el re-conocimiento de otras realidades religiosas, de otros discursos teológicos, que el teólogo palentino denomina emergentes, y que va recorriendo y desgranando con escrupulosa meticulosidad en su última publicación, Teologías del Sur. El giro descolonizador, y que vino a presentar a la ciudad que puede llamarse a sí misma del pluriverso cultural. A su vasto conocimiento de la materia va unido, inseparablemente, un ingrediente que hace posible que confíes en lo que te dice: la experiencia. Por eso y para escribir este último volumen se marchó a recorrer el pluriverso religioso de nuestro planeta para intentar establecer lazos de conexión a través de los únicos caminos posibles para ello: el diálogo interreligioso, intercultural, interétnico e interdisciplinar.

De todo lo que pude escucharle, me pareció conveniente que debía compartir con vosotros una palabra, un concepto que, desde mi modesto entender, puede ser clave en la actualidad para esta sociedad nuestra española en la que tanto necesitamos entendernos mejor los unos con los otros, los otros con los unos. Se trata del concepto de Interentidad, que Tamayo conoce bien a través de la Teología Budista de la Liberación y que fue creado por el monje vietnamita exiliado en Francia Tich Nhat Hanh. Durante la guerra de Vietnam, este monje budista creó la Orden de la Interentidad para que sus integrantes se comprometiesen con la vida cotidiana y con la sociedad a través de un sencillo pero radical gesto: el reconocimiento del otro. Yo soy, y como consecuencia, tú eres; tú eres, y en consecuencia, yo soy. Indudablemente me retumban los ecos cartesianos del cogito, ergo sum; y, cómo no, del Orteguiano yo soy yo y mi circunstancia. En ambos casos, el de Descartes y Ortega, el yo no se suelta «ni a la de tres»; mientras que en el caso del monje budista ese yo necesita desprenderse de sí mismo y del todo para poder reconocer que hay otros que existen también. Si no se produce ese desprendimiento es complicadísimo reconocer que fuera de nosotros también existe un otro absolutamente diferente de mí y que, en principio, merece todo nuestro respeto. Ahí lo dejo.

* Profesor de Filosofía. @AntonioJMialdea