Las dificultades que está encontrando Angela Merkel para poner en marcha su cuarto mandato como cancillera no son solo un asunto interno de Alemania sino que afectan al conjunto de una Europa que ha estado largo tiempo en horas bajas y que justo en los últimos meses parecía haber recuperado algo del vigor perdido. Es un mal síntoma que la locomotora germana pase por dificultades políticas nunca antes conocidas: no hay precedentes de que la falta de acuerdo para formar una mayoría de gobierno en Berlín amenace con desembocar en la celebración de nuevas elecciones pocos meses después de las del 24 de septiembre, que parecía que apuntaban a un panorama semejante al actual.

La política alemana vive hoy una situación más propia de Italia o España, y la tradicional estabilidad de que han gozado los gobiernos de Berlín parece ahora un escenario imposible. Finalmente, también Alemania ha visto alterado su ecosistema de partidos, y hoy no son viables ni la gran coalición de democristianos y socialdemócratas ni la de democristianos, verdes y liberales, estos últimos decisivo partido bisagra durante décadas. Y el dato más preocupante es el ascenso de la xenófoba Alternativa para Alemania, que de repetirse las elecciones probablemente aumentaría el 12,6% de votos con que ha entrado en escena en el Bundestag. Esta irrupción preside el cambio del paisaje político germano, similar al que se ha registrado en otros países europeos. Hungría, Austria, Polonia o Eslovaquia han visto crecer los populismos y los autoritarismos hasta extremos impensables hace pocos años. Pero Alemania es el corazón de Europa, y lo que en ella sucede tiene un efecto muy importante en el resto de países de la Unión Europea.

En estos momentos inciertos en Berlín cobra aún más importancia el papel de Francia, presidida desde hace apenas medio año por un joven Emmanuel Macron que debe enfrentarse a grandes desafíos internos, como las reformas largamente aplazadas. París y Berlín son los extremos del eje en torno al que gira Europa, y sus líderes representan (aun con muchísimos matices en el caso de Macron) las opciones políticas centrales en Europa desde hace más de 70 años. De cómo superen Merkel y Macron sus dificultades dependerá que pueda haber cierto optimismo sobre el futuro de la UE o, por el contrario, se apodere de los ciudadanos la nostalgia por lo que pudo haber sido y no fue.