Supongo que en realidad me ocurrió como a cienes y cienes de personas y gentes cuando por mor de la sacra y santa voluntad de 70 individuos/as cambié de nacionalidad como quien cambia de zapatos antes de salir de casa porque fuera empieza a llover.

En primer término la incredulidad me tomó por asalto : «¿No serán capaces?». Después la indignación: «¡No ni ná!». Vamos a ver, a mí que por no poder, no pudo gobernarme ni siquiera mi madre, ¿a cuento de qué vienen éstos y hacen de su capa (y la de los demás) un refajo de baja estopa y deciden que ya no soy española, sino ciudadana de la Republica Catalána por mor de mi nacimiento en su insigne capital hace ya más de 50 años? Ni siquiera remontarme a aquel momento en el que busqué mi pasaporte español con fruición para mirar su caducidad dio soporte técnico y legal a mi inquietud... «¡Graciasss diossss, hasta el 2020 tengo margen!» dije entonces. «¿Será papel mojado?», dije ahora.

Artur Mas comunicaba allá por el 2012 que los catalanes iniciaban el camino que les llevaría justo hasta la fecha de autos y yo me hacía preguntas que nadie cercano era capaz de contestar. «¿Perderé mi nacionalidad? ¿Pasaré a ser de nacionalidad catalana de ipso facto? ¿O quedaré en tierra extranjera? ¿O lo que es peor, en tierra de nadie? ¿Tendré que inscribirme en algún consulado catalán?... ¡Necesito una guía de consulados y embajadas catalanas en el mundo! ¿Podré pedir asilo político en el que hasta ese momento sería mi patria?... Porque esto del país Catalá no lo veo, no... Oh, qué nefasto momento.

¿Y todo por qué y para qué? Por un momento de gloria sin brillo ni esplendor. Por pasar a la histeria colectiva más que a la historia con mayúsculas. Porque «yo lo digo» (insisto en rememorar a mi madre), Aunque en realidad el acto en sí sonó más a un «ya de perdíos al rÍo», que dirían en mi pueblo. Por suerte, mi angustia y mi limbo patrio duró apenas un par de horas: lo que tardó el estado (el nacional) en poner los puntos sobre las íes y el artículo 155 de la Constitución en velocidad de crucero... Porque si estar, estoy muy alejada de celebrar a diario a quienes nos gobiernan en este momento, pensar en que exista la más mínima posibilidad de tener como gobernantes a Puigdemont, Junqueras, los Jordis y la niña de la Cup, sinceramente hace que «me se abran las carnes».

Por las formas y por el fondo que ha echado mano de un lenguaje que ya pensé muerto y enterrado hace más de 40 años, por una ideología nacionalista anacrónica y fuera de control, porque por no aprender no han aprendido a convivir si no es a base de imposición y desprecio a cualquier opción que no sea la propia, por no hacer prisioneros y ejecutar a golpe de decreto incluso su propias leyes autonómicas.

Y por ignorantes. Por no haber aprendido a estas alturas que pertenecer a una nacionalidad o a otra es una mera cuestión administrativa: tantos somos, y a tanto nos toca en el reparto. Que hasta en eso han patinado de manera estrepitosa: el dinero no reconoce ni patria ni bandera. Un detalle tonto a tener en cuenta a la hora de conformar un estado que no solo se han saltado a la torera, sino que de lo poco que tenían han hecho uso y disfrute en alas de publicitar una Independencia que (espero) como Saturno a sus hijos, les devore sin compasión alguna.

* Poeta