Al norte del lago de Tiberíades, hay unas ruinas, restos de una pequeña ciudad, es lo que queda de Cafarnaúm. Mientras que Nazaret, Belén o Caná son ciudades que siguen teniendo vida en la actualidad con sus viviendas, comercios, y bares, Cafarnaúm no es más que un conjunto arqueológico, como ocurre hoy día con Medina Azahara. En el siglo I Cafarnaúm era importante por su situación estratégica. Situada en la frontera entre los Estados de Filipo (al norte) y Herodes Antipas (al sur) era un nudo de comunicaciones con un puesto aduanero, y una guarnición militar romana. En Cafarnaúm hay dos restos arqueológicos importantes, la sinagoga y la casa de Pedro. La sinagoga no es del siglo I, no es por tanto la sinagoga donde enseñó Jesús. Es una construcción posterior, de los siglos III o IV. Recuerda más bien la estructura de un templo clásico. La decoración de los capiteles es a base símbolos judíos como el candelabro de siete brazos, y ello es lo que permite identificar que no se trata de un templo romano, sino de una sinagoga judía, construida durante la época bizantina. Razonablemente puede pensarse que está construida sobre los cimientos de otra sinagoga más antigua y más modesta, escenario auténtico de las intervenciones de Jesús en el comentario a la Torá durante el servicio religioso de los sábados.

El otro resto arqueológico importante es la casa de Pedro. Una casa más del pueblecito, de la que no quedan más que el arranque de los cimientos, y unos centímetros de pared de piedra. Algunos grafitti del siglo IV, y el hecho de que construcciones de esta época la hayan aislado de las demás habitaciones, es el fundamento de la tradición.

El resto de lo que se ve por allí son molinos de aceite, cerámica de la época. La ciudad reposa en un silencio aislado junto a la playa, rodeada de suaves colinas que hunden sus pies en las aguas del lago, sin más vida que la del recuerdo histórico, y los autocares de turistas que se acercan a visitar los restos arqueológicos. Los que gustan de leer el evangelio con espíritu apocalíptico, quieren ver en esta destrucción de la ciudad el cumplimiento de una profecía de Jesús, «y tú Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el infierno te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en tí, aún subsistiría el día de hoy» (Mt 11 23).

Esta fue la ciudad de Jesús. Cuando Jesús se emancipa, y comienza su vida de adulto independiente, deja de vivir permanentemente en Nazaret, y traslada su residencia a Cafarnaúm. Nazaret está en el interior, en la montaña de Galilea, no muy lejos, unos 25 o 30 kilómetros al noroeste. Por las razones que fueran, Jesús prefirió la costa del lago, a la montaña del interior. Pudo influir la amistad contraída con Pedro y Andrés, vecinos de Cafanaúm, pudo ser cualquier otra razón. El caso es que en Cafarnaúm tenía su casa (Mr 2 1 y 9 33). Como cualquier otro judío piadoso asistía los sábados al servicio religioso de la sinagoga. Dicho servicio comprendía, además de oraciones y bendiciones, la lectura de la Ley y de los profetas, a la cual seguía el comentario. Los expertos en tales comentarios eran los escribas, a quienes se les reservaba el tratamiento de «rabí» (=rabino, maestro), que solamente más tarde, hacia el siglo II se convierte en título oficial. Los escribas no eran clérigos. Eran laicos expertos en el estudio e interpretación de los documentos antiguos de la Ley. Intelectuales estudiosos, juristas. Contrapuestos a los sacerdotes y levitas, encargados del culto. En cierta manera, el poder de la inteligencia frente al poder de la liturgia. Los escribas hacían el desarrollo teórico de las prescripciones generales de la Ley contenidas en reglas, con el fin de hacerlas eficaces en función de las condiciones históricas cambiantes. Tenían el papel de instruir a sus alumnos, y se formaban así escuelas en torno a algunos maestros eminentes.

Además como personas con formación jurídica administraban justicia en los juicios. La mayoría de ellos residían en Jerusalén y enseñaban en los soportales de la explanada del templo. Pero también los había en Galilea, e incluso fuera de Palestina. Su influencia religiosa y política en tiempos de Jesús era muy grande. A partir de la destrucción del templo, en el año 70, la clase sacerdotal quedó sin empleo. El título de sacerdote ha permanecido como un título meramente honorífico y hereditario. Pero ya no hay sacerdotes que ejerzan su oficio de tales en Israel. En cambio quedaron los escribas, los que hoy se llaman rabinos, los estudiosos de los viejos documentos, y sostenedores de las antiguas tradiciones.

Jesús, jugó de alguna manera, en la sociedad de su tiempo el papel de escriba. Iba de un pueblo en otro, exponiendo su propia interpretación de la Ley, su propia visión de Dios Padre, su propio sentido de la justicia. Esta fue su tarea durante varios años, y así fue despertando la admiración en unos, los recelos en otros, el entusiasmo popular, y la prevención desde los estamentos dominantes. Como a rabino experto se le pedía la interpretación de la Ley, tanto en el plano teórico de los principios (Mt 9 14, 15 1,Mr 12 28), como en el plano pragmático de la jurisprudencia (Mt 17 24, 19 3, 22 15). Pero la característica personal de su magisterio fue su independencia de criterio, su sentido crítico frente al literalismo académico, su capacidad analítica para poner de manifiesto las contradicciones derivadas de intereses económicos y sociales.H

* Profesor jesuita