Uno de los recursos didácticos utilizados en las clases de historia es el cine. Recurrí a él cuando me fue posible, es decir, si tenía tiempo disponible para ello y no había agobios a la hora de cubrir el programa. No se trataba de ver una película entera, seleccionaba determinados pasajes que me interesaban de cara a que en clase analizáramos un determinado acontecimiento histórico y así reforzar lo explicado. Pensé en esa cuestión hace unos días cuando veía la película Churchill, dirigida por Jonathan Teplitzky, en la que el actor Brian Cox interpreta al premier británico. No trata sobre toda su vida, sino de un acontecimiento concreto de la II Guerra mundial, de cómo vive el momento en que se toma la decisión por parte de los aliados de llevar adelante la denominada Operación Overlord, es decir, el desembarco de Normandía. Vemos las dudas del político y del gobernante, sus discrepancias con el general Eisenhower y, sobre todo, sus flaquezas humanas. En definitiva, un acercamiento a un hecho trascendental de la historia del siglo XX pero visto desde la perspectiva de uno de los principales protagonistas.

Con posterioridad he leído que el guión es de una historiadora, lo cual me permite suponer que existe rigor en lo expuesto. De inmediato pensé en que la guerra civil española dispone de una abundante filmografía, y no contamos con películas que muestren la perspectiva de algunos de los máximos protagonistas, al menos que yo recuerde, si exceptuamos algunas en las que Franco tiene un papel principal. Pensé en figuras como Niceto Alcalá-Zamora, Largo Caballero, Juan Negrín, Dolores Ibárruri o Indalecio Prieto, pero por encima de todos me acordé de Manuel Azaña, presidente de la República a lo largo de la guerra, la cual vivió en lo personal y en lo político como una gran tragedia. Es cierto que ya en los años 80 del pasado siglo José Luis Gómez realizó una representación en forma de monólogo para la que se basó en escritos y cartas del presidente, se titulaba Azaña, una pasión española. Ese mismo actor había llevado al teatro, poco antes, la obra que Azaña había escrito durante la guerra, en 1937: La velada en Benicarló, pero que no vio publicada hasta la finalización de la misma. Entonces señaló en el Prólogo que algunos españoles habían llegado durante la contienda «al fondo de la nada», pero que también muchos habían sabido conservar su independencia de espíritu, y concluía: «Desde el punto de vista humano, es un consuelo. Desde el punto de vista español, una esperanza».

El volumen VI de las Obras Completas de Azaña (en edición de Santos Juliá) recoge todos sus textos entre julio de 1936 y agosto de 1940 (murió en Montauban el 3 de noviembre de ese último año). A través de los discursos, de las cartas, de sus obras y de los diarios de esta etapa se puede reconstruir de manera fiel de qué modo siguió los avatares de la guerra, así como sus discrepancias o coincidencias con algunos políticos. Además, en la coyuntura actual la lectura de esos textos resulta muy sugerente porque Azaña pasó buena parte del tiempo de guerra en Cataluña, y relata de primera mano cómo ve la actuación de Companys y de otros dirigentes catalanes, entre ellos Tarradellas, y sobre todo la situación vivida en mayo de 1937, con el grave conflicto planteado entre el gobierno de la Generalitat y los grupos anarquistas, en particular es de gran interés el denominado Cuaderno de la Pobleta, que abarca de mayo a diciembre de 1937. En estos días ha habido artículos en los cuales han salido a relucir las palabras de Azaña y se han comparado con la situación actual. A veces de manera forzada, pero la verdad es que hay frases que cuadran con el momento presente, como esta: «Hay para escribir un libro con el espectáculo que ofrece Cataluña, en plena disolución».

* Historiador