Hay ciertas páginas del evangelio que, a primera vista, carecen de racionalidad. Parecen dibujar un mundo de idealismo imposible. Por ejemplo, cuando Jesús habla del dinero y de los ricos. «Es más fácil, decía, que un camello pase por ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de los cielos» (Mt 10 25). La afirmación resulta de tal forma rigurosa que hay quien ha querido sustituir el camello por una cuerda. Según esta interpretación, las palabras de Jesús serían una referencia al intento de hacer pasar una cuerda por el ojo de una aguja. La razón es que camello y cuerda son dos palabras parecidas en griego. Kamelos significaría camello, y kamilos la soga que se usaba para atar los barcos a los muelles. También se ha suavizado la expresión sustituyendo la aguja por una pequeña puerta de las murallas de Jerusalén que tenía ese nombre.

Sin embargo, aparte de la hipérbola del camello y la aguja, la posición de Jesús frente al dinero es clara y terminante, tanto en sus palabras como en sus actos. Cuando ha terminado su letanía de bienaventuranzas, comienza con la de las maldiciones, y la primera de ellas va dirigida a los ricos. «¡Ay de vosotros los ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo!» (Lc 6 24). Pero en verdad, ¿es un delito tener dinero? Veranear en la costa, tener coche y televisión, alojarse en hoteles de cinco estrellas, vestirse con los mejores modelos, ser propietario de una finca, de un paquete de acciones, o de una fábrica: por esto y solamente por esto, ¿es justo que una persona reciba la condena implacable de Jesús?

Resulta un tanto desconcertante que, cuando la sociedad entera está luchando por el desarrollo económico, por la subida de los sueldos y las pensiones, por aumentar el ritmo del ahorro y la inversión, por alcanzar, en definitiva, un mayor bienestar y confort, en las fuentes del cristianismo se afirme que la riqueza es mala, y que hay que huir de ella. Cuando, además, la historia real de los cristianos tampoco ha sido muy coherente, que digamos, con las palabras de Jesús. Ha habido, es cierto, casos excepcionales, como el de Francisco de Asís. Pero hablando en términos generales, decir que la Iglesia ha rechazado la riqueza, es una afirmación que encuentra muchas contradicciones a lo largo de la historia.

La posición de Jesús respecto de la riqueza no es original de él. Jesús no hace en este punto sino seguir la línea tradicional de los profetas y de los salmos. Es un tema en el que no hay una ruptura ideológica entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En el pensamiento bíblico creo que podemos afirmar que no hay una condena de la riqueza en sí misma, ni del desarrollo económico en sí mismo. Ya en la primera página de la Biblia se ofrece al hombre recién puesto en la existencia un ambicioso programa de desarrollo: «Llenad la Tierra y sometedla» (Gen 1 28). Llenadla de carreteras y de pantanos, de viviendas calientes en invierno y frescas en verano, de hospitales y polideportivos, de líneas telefónicas. Someted la Tierra para mejorar las condiciones de existencia del hombre. Nada de esto está condenado por la Biblia.

Pero la historia de la riqueza y del dinero está llena de sangre, de mentiras y engaños, de esclavitud y de opresión. El hombre no solamente ha dominado la Tierra, sino que, para conseguirlo, unos hombres han dominado y explotado a otros, unos pueblos han dominado y explotado a otros, unas clases han dominado y explotado a otras. Esta injusticia de la estructura social, tanto en el interior de cada nación como en la comunidad internacional, es la que condena la Biblia, y Jesús no hace más que seguir esa tradición. Dios es presentado siempre del lado de los débiles y los oprimidos, contra los fuertes y los opresores.

Es precisamente en estos términos en los que se expresaba María de Nazaret cuando fue a ver a su prima Isabel. María formula unas palabras que son sumamente expresivas: «Derribó a los potentados de sus tronos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y despidió a los ricos sin nada» (Lc 1 52-53).

Cuando Jesús bendice la pobreza no es porque disfrute viendo a la gente pasar hambre y frío. Sino porque, en la historia real, la riqueza de unos se ha construido a costa de la pobreza de otros. Quizás pudiera haber sido de otra manera, pero tristemente ha sido así. Esta historia negra del dinero es la que llevó a Jesús a afirmar que no se puede servir a Dios y al dinero (Mt 6 24).

* Profesor jesuita