Había una vez un país en el que los niños de raza negra iban a escuelas segregadas, mucho peor dotadas que las de los blancos; un país en el que las mujeres -blancas o negras-- eran amas de casa y, si acaso, costureras, enfermeras o maestras.

Cuando ese país joven tuvo que ganar una guerra lejana contra una tiranía que había arrasado países con una larga tradición democrática, envió a sus soldados y a sus barcos, pero estos no fueron capaces de vencer la perfecta máquina de guerra de la tiranía. El ejército enemigo resultó ser imbatible por tierra y por mar, por lo que se llegó a la conclusión de que la victoria solo llegaría desde el aire. Para ello se necesitaba disponer de aviones más ligeros, autónomos y rápidos que los del enemigo, por lo que en la retaguardia se comenzó a librar otra batalla cuya munición eran los cálculos y las ecuaciones.

Aunque se reclutó a todos los científicos varones que estuvesen disponibles, no fueron suficientes porque la mayor parte de los hombres jóvenes estaba en el frente; se recurrió entonces a las mujeres, muchas de las cuales ya estaban ocupando los puestos que los hombres habían dejado vacantes en fábricas, talleres y oficinas. Pero tampoco hubo suficientes mujeres blancas del perfil requerido, ya que habían de ser brillantes y con formación en matemáticas, física o ingeniería. Entonces, para asombro de muchos, se recurrió a las mujeres de color.

Como el lector habrá adivinado estamos hablando de la Segunda Guerra Mundial y de la gesta que realizaron las mujeres cuyas historias se recogen en la película Figuras ocultas candidata a varios premios Oscar en el 2017. Aunque la película se centra en el papel que desempeñaron las «calculadoras de color» en la carrera espacial que llevó al hombre a la Luna, ellas habían comenzado su trabajo un par de décadas antes, durante la Segunda Guerra Mundial en las instalaciones de la NACA, en Langley, Virginia. Este estado, uno de los más racistas de Estados Unidos, ha vuelto a ser noticia a comienzos de agosto de 2017 por la marcha de los supremacistas blancos, herederos del Ku Klux Klan, en el transcurso de la cual hubo tres muertos. El racismo, alentado veladamente desde la propia Casa Blanca, resurge con brío en este estado sureño como una tenebrosa vuelta atrás en la historia.

Hace más de medio siglo, justamente el estado de Virginia fue el que contrató a mujeres de color para realizar los cálculos requeridos en los distintos procesos de diseño y operación de los aviones que habían de vencer al ejercito nazi. Tras la guerra, las instalaciones de Langley estuvieron a punto de ser desmanteladas pero finalmente se reciclaron para desarrollar los aparatos que habían de ser la base de la aviación civil norteamericana y, por extensión, mundial.

A finales de los años 50 se planteó un nuevo reto: había que ganar la carrera espacial en la que los rusos al otro lado del telón de acero llevaban mucha ventaja tras haber conseguido poner en órbita el satélite Sputnik y al astronauta Yuri Gagarin. De la NACA surgió la NASA, cuya principal instalación se situó en Cabo Cañaveral, Texas. Desde allí despegó el Apolo 11 tripulado por los astronautas Armstrong, Aldrin y Collins que dieron el primer paseo por la Luna el 20 de julio de 1969.

Las mujeres que realizaron los sofisticados cálculos que fueron decisivos en la llegada del hombre a la Luna y en la victoria sobre el ejército nazi, merecen un lugar de honor en la historia. Pero pudieron realizarlos porque en su país la ciencia tenía un papel protagonista, por lo que cuando necesitó el talento de las que hasta entonces había considerado ciudadanas de segunda clase, superó sus prejuicios raciales y de género contrató a Katherine Johnson, Dorothy Vaughan y Mary Jackson, las protagonistas de la película que son hoy un modelo para niñas y mujeres de todo el mundo.

Aunque este ejemplo es especialmente llamativo porque estas tres mujeres y sus compañeras tuvieron que superar la doble discriminación de ser mujeres y de color, la gran importancia que en Estados Unidos se otorga a la ciencia no es una singularidad. La ciencia es una prioridad para los gobiernos de países tan distintos como Inglaterra, Alemania, Suecia, Japón, China, Taiwán o Corea del Sur, que se cuentan entre los más prósperos del mundo ¿Qué más necesitan nuestros representantes políticos para convencerse de que si un país quiere ser dueño de su futuro, el desarrollo de su sistema de ciencia y tecnología ha de ser una inversión prioritaria y no puede ser considerado un lujo eventualmente superfluo y prescindible?.H

* Catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla