Como cualquier ciudadano del mundo, acepto con estupor las noticias que nos caen alrededor de la masacre infame, injustificable, inaceptable y necesariamente combatible de Barcelona. Me encuentro abatido, y me siento inerme; inerme hasta con las palabras, porque opinar en este contexto, si vas en contra del estupor y la indignación colectiva, te puede llevar al despeñadero, al desolladero o, en el mejor de los casos, a la damnatio memoriae, esa figura romana por la que se condenaba a alguien al olvido, borrando señas y reseñas y haciendo negar la propia existencia del condenado.

No sé por qué ha habido que «abatir» a seis personas en esta operación de lucha antiterrorista, cuando estamos dolidos y cansados de ver cómo en la frontera judeo-palestina identifican y neutralizan, afortunadamente y casi siempre sin necesidad de matar, a personas con cinturones explosivos, una vez que los detectan; para eso están los profesionales que se juegan la vida en beneficio de la sociedad a la que protegen: lo he dicho. La verdad es que no lo sé; ni si ha sido proporcional la respuesta, si ha sido necesaria ni, sobre todo, si segar la vida de tantas personas ha sido inevitable. La Justicia lo debe investigar, y reniego del discurso de muchas personas en los medios que exaltan y vitorean estas acciones y estos resultados. No es el momento, respetuosamente dicen algunos políticos, no es el momento. Y les doy la razón, no es el momento de alharacas políticas, pero dos cosas, algunos están con el rebusco y yo no soy político, así que cada uno que haga lo que crea.

Con miedo a caer en la demagogia, no me resisto a reflexionar sobre qué hubiera ocurrido en España (además de arder por los cuatro costados), si los abatidos lo hubieran sido por la Guardia Civil en una operación en contra de la ETA, o por los americanos, si se hubiera tratado de unas muchachitas alemanas de preciosos ojos tiernos y azules que se consagraron a ser esposas de yihadistas en Siria y que, en lugar de ejecutarlas allá, las queremos recuperar en casa. En serio, completamente en serio, toda esta barbaridad necesita de una reflexión, de un análisis, de un juicio y de una sentencia, porque no podemos permitirnos que la lucha en contra de este terrorismo indiscriminado (es redundante, si no, no sería terrorismo) y feroz propicie argumentos racistas que vayan desarticulando la estructura de derechos que nos hemos dado en Europa.

No quiero terminar como en los tiempos de la Inquisición, haciendo la advertencia previa, de que «En nombre de Dios escribo….», para no parecer ateo, ni mucho menos con la final de Galileo con su «eppur si muove», para dar el zapatazo final, porque estamos en otros tiempos y, sobre todo, porque no soy tan pretencioso, pero no comparto la alegría de algunas personas en los medios resaltando la profesionalidad de un policía que, casi sin moverse de su sitio, mató a cinco personas. Es posible que este funcionario no tuviera mejor opción que la de matar a cinco terroristas; es posible y, si es así, de verdad que lo acompaño en la pena por matar y en el honor de haber sabido cumplir con su deber, pero permítanme que insista en que hay que hacer que esto no sea necesario y, sobre todo, en que aunque merezca el apoyo, matar nunca ha de merecer un aplauso ni poniendo cara solemne, esperarlo.

Y termino. Creo que a los terroristas hay que machacarlos, pero estoy formado en el imperio de la Ley, y recuerdo una lección que siendo muy joven aprendí al ver la película de John Houston El Juez de la horca. Si en la frontera entre la ley y la barbarie damos la más mínima oportunidad a la barbarie, no habrá lugar para la ley ni, por tanto, para la justicia.H

* Abogado