Pienso en García Lorca, en sus ojos de fuego que nos miran aún. Pienso en Barcelona, en Bruselas y en Niza. Pienso en Nueva York, en Boston, en Londres y en París. Pienso mucho en Madrid, porque recuerdo aquel vacío sepulcral en el metro, las miradas ausentes, las calles solitarias, una ciudad en duelo con su propio silencio. Pienso en la Rambla. En el Boadas, donde continúan sirviendo uno de los mejores dry martini de toda la ciudad, que se mantuvo abierto durante la guerra civil, mientras llovían los tiros en la acera entre piedra y metralla. Pienso en García Lorca, porque fue asesinado una misma noche igual a ésta, con su propio lenguaje de fanatismo y de perversidad. No hay diferencias: estamos ante el mismo crimen, con su horror parejo. Estamos ante el mismo ejercicio perfecto de maldad. Claro que también podemos pensar en Libia, en Siria, en Afganistán, en Irak, en Túnez, porque por cada víctima occidental del Estado Islámico en el mundo, hay por lo menos cien, a veces más, de víctimas musulmanas. El ISIS no está contra nosotros únicamente, sino contra quienes no sigan su lectura siniestra del Corán. Su lectura terrible. No hay diferencias con este atentado, que nos ha sumido en el mismo dolor, antiguo y ya estudiado, con su propio mosaico de palabras: indignación, crueldad, extremismo, unión, libertad, democracia. Ya las hemos gastado y lo seguiremos haciendo. «No tenemos miedo», se ha gritado en Barcelona. Es una reacción, pero yo sí tengo miedo. Esto no es cuestión de dialogar, como he leído por ahí. Con fanáticos es quemar el tiempo. Es cuestión de tener miedo, de palpar ese miedo, de mascarlo y tragarlo. El miedo que se siente antes de una pelea. La única solución la ha dado Rajoy: ante una guerra global, una respuesta coordinada y global. Una acción unida. Porque el mundo de hoy demanda eso, una esfera encendida. Frente al fascismo de las imposiciones, la vida en movimiento con amplias perspectivas y las ramblas más anchas.

* Escritor