El Consenso de Washington se firmó en Estados Unidos en los años ochenta por el Gobierno Federal americano y las principales instituciones financieras internacionales. El texto contiene las acciones que se pondrían en marcha para transformar las economías y las sociedades en espacios neoliberales. Podríamos decir que se trata del texto fundacional de la globalización.

Algunas de estas actuaciones establecieron como principios la libre circulación de capitales, la reducción de los servicios públicos, y con ello el tamaño del Estado, y la liberalización paulatina de todos los sectores económicos. Estas acciones se presentaron a los ciudadanos como las herramientas para llegar a una sociedad más próspera y algunos lo creyeron. Sin embargo, a poco que se analicen los datos, lo que se observa es que estas acciones eran, no los medios, sino los fines que en realidad se perseguían, y que la prosperidad solamente está al alcance de las élites y de los actores globales.

La liberalización de capitales condujo a la creación de sistemas financieros mayoritariamente especulativos, que crean riqueza para sectores muy reducidos pero cierran sus oficinas en los pueblos o barrios donde no les son rentables. La reducción del Estado ha significado la pérdida de la hegemonía política y la transformación de los espacios y de los servicios públicos en mercados, a los que se accede con dinero, nada más. Por último, la liberalización de los sectores económicos apoyada por la reforma laboral «extremadamente agresiva» (Guindos, L. 2012) de 2012, ha significado dos cosas principalmente: la creación de un sistema laboral que se nutre de trabajadores pobres y la acumulación de riqueza en manos de intermediarios y contratas.

La liberalización afectó a los barrenderos de Madrid, a los trabajadores de las empresas públicas, a los taxistas y ahora a los estibadores. Liberalizarlos significa que las empresas los contratarán por menos salario, con menos derechos y podrán no renovar sus contratos, porque sí. Bueno porque sí no, porque de ese modo sus beneficios serán mayores. El mensaje que nos mandan es: son unos privilegiados. Privilegio en este contexto significa tener un trabajo regulado y un salario digno. Y me pregunto: ¿se les quita el privilegio para beneficio de otros trabajadores? No, se les quita para igualarlos a los que ya han sido precarizados y empobrecidos. ¿A quién beneficia esa pérdida de privilegios? A los trabajadores jamás.

Mientras la mayoría de los sectores son precarizados, empobrecidos e insultados por no dejarse vulnerar con alegría, nuestro Gobierno regala a los bancos 60.613 millones de euros, más los que se regalaron a los grandes defraudadores mediante la amnistía fiscal, inconstitucional por cierto. Liberalismo para nosotros y para ellos protección (con nuestro dinero).

Así que el neoliberalismo en España no genera riqueza sino el empobrecimiento sistemático de los individuos, previamente estigmatizados, y el enriquecimiento de una minoría estratégica. En estas, Cáritas publica su informe anual que confirma que actualmente en España hay millones de personas que pasan mucha hambre y que viven en la miseria.

* Doctora en Sociología. IESA-CSIC