No es nuevo que la libertad de expresión está amenazada de gravedad; a diario se le retuerce la mano que lleva el bolígrafo, y es frecuente que se le amordace de mil maneras, incluyendo el disparo al periodista. Su deterioro va parejo al de la democracia. El imperio de internet crece a la misma velocidad que la voracidad de sus hijos más fuertes, Google o Facebook, por ejemplo, que vienen poniendo bajo sus pies a un creciente número de medios de comunicación en todo el mundo.

Las diversas tiranías de la tierra, por su parte, utilizan estas poderosas tecnológicas de la información según su interés. China crea suministradores de información y datos para operar en su territorio, al tiempo que silencia a todos los demás torpedeándoles la entrada. Rusia utiliza la información sensible en su poder y su pericia técnica para confundir, enredar e intimidar a Occidente, y ahora es Trump quien proclama que el primer enemigo de Norteamérica es la prensa liberal: New York Times, CNN, Angeles Times, Washington Post...

Está claro que los hechos desnudos no gustan en este mundo. Hasta tal punto es así que para los actuales poderosos tener bajo control la información es su primera y principal tarea. Así ocurre que rugen en nuestra cercanía volcanes como el asalto carnicero de Mosul (Irak) y no llega su olor de azufre, ni vemos las cenizas que vuelan por medio mundo. Pero también son conscientes que tarde o temprano un francotirador de la información cierta descargará en la red medio año de imágenes del horror y hará viral la masacre que allí se produce. Por ello, las nuevos autoritarismos se aprestan a dar otro salto depredador: comerse los medios de comunicación incómodos, cerrarlos.

Es lo que exige la autocracia saudí y sus mariachis (más la dictadura egipcia del general Al Sisi) al emirato de Qatar: para empezar a hablar de la recomposición de relaciones diplomáticas con el emirato del gas, la diversidad económica y el fútbol, sus autoridades deben cerrar la cadena de televisión Al Jazeera en el plazo improrrogable de diez días. Observamos, acaso por primera vez en nuestra historia reciente, cómo un medio de comunicación es la causa principal de una confrontación política, que puede desembocar en conflicto militar.

Los embajadores qataríes en todo el mundo vienen haciendo un idéntico relato: la causa de todo reside en que a determinados sátrapas de países musulmanes irrita que sus ciudadanos lleguen a conocer los problemas que ellos les ocultan, que existen personas corrientes que protestan ante las autoridades y que son posibles otras formas de ser y vivir en el mundo musulmán que no sea la sumisión.

El resto de razones que da Arabia Saudí, la verdadera impulsora de esta crisis gravísima, son solo «aderezos para rellenar el papel». Opinión compartida por la gran mayoría de observadores de la zona y, especialmente, por los norteamericanos. Pero Trump anima a todos los políticos del mundo a que se destaquen contra los medios de comunicación, su gran obsesión. Si permite que Qatar se vea forzado a clausurar la emisora de televisión, habrá creado un precedente demasiado inquietante en el mundo, pues la impunidad crece sobre todo cuando está al amparo de la oscuridad y el silencio.H

* Periodista