La caridad ha sido históricamente una herramienta para mantener la desigualdad en sociedades sin derechos. Su existencia garantiza a los pobres una supervivencia básica, pero los mantiene en situación de dominación, dado que la caridad depende de la voluntad del limosnero.

A pesar de los cambios sociales, la limosna nunca ha desaparecido en nuestro país. La creación del Estado del bienestar abrió paso a la conciencia social y al establecimiento de algunos derechos, algunos vinculados con la ciudadanía. En España, estos derechos no han tenido la suficiente importancia para una población que aún conserva valores propios de la dictadura, y no digamos para algunos políticos. De hecho, el único derecho universal que se mantiene vigente es el acceso a la educación obligatoria. La reforma del sistema sanitario (RDL 16/2012) nos arrebató el acceso a la salud como derecho universal de facto, y devolvió el sistema sanitario a los principios de aseguramiento de la transición.

Cuando los ciudadanos no tienen derechos, su única posibilidad para obtener cierto bienestar es la voluntad de otros, ya sea mediante la caridad o mediante sistemas de beneficencia y ayudas graciables del Estado. Y aquí viene la donación de Ortega: este hombre ha regalado unos millones a la sanidad pública para comprar unos equipos de diagnóstico. Con este regalo, Ortega ha obtenido el agradecimiento de buena parte de la población y la crítica de otra parte. Yo me posiciono en la crítica, y no por el hecho en cuestión, sino por su significación para el Estado y porque pone de manifiesto que somos una sociedad confusa y manipulable. En mi opinión, este regalo no es aceptable por varias razones:

A. Abre el debate sobre la financiación de los servicios públicos. ¿Se van a financiar con impuestos o con donaciones? Ambas estrategias son contradictorias, porque una nos define como ciudadanos y la otra nos arrebata esa condición. Si no somos ciudadanos no tenemos el derecho.

B. El Estado permite que una persona particular decida sobre la gestión del presupuesto de un servicio público por el hecho de tener dinero, asunto que a ninguno nos está permitido, lo cual es profundamente antidemocrático.

C. Introduce inequidad en el sistema porque el destino de los fondos es arbitrario, responde al deseo de un individuo e ignora las necesidades de los ciudadanos y del sistema, que pueden coincidir o no con ese deseo.

Pero lo más sorprendente para mí es que la donación de Ortega sea considerada muy buena, excepcional, por las personas que votan a un partido político que nos arrebató el derecho universal a la salud, que creó la necesidad del regalo de Ortega. Estas personas satisfechas con los recortes en sanidad agradecen efusivamente las migajas de la mesa de una multinacional. También estoy en contra porque debe ser el Estado el garante de una asistencia sanitaria de primera calidad, porque es una cuestión de justicia social y porque pagamos impuestos. No nos debería gustar estar a expensas de la caridad fashion, porque va en contra de nuestros intereses.

* Doctora en Sociología, IESA-CSIC