Quiero felicitar a todos/as los de mi generación, años 50 al 60, aquella generación mal llamada la generación olvidada, porque todos recordarán, unos con melancolía y añoranza y otros con desprecio y desdén, pero nadie se podrá olvidar de que hubo un tiempo --en el siglo pasado, a finales del segundo milenio--, en el que cada mañana, en el patio del colegio, unas veces uniformados y otras veces no, según el colegio que fuese, alineados en varias filas, brazo en alto se cantaba el Cara al Sol o algo parecido. Para luego lanzar al aire los gritos de rigor, los «arribas», con los que se pretendía, entre la indiferencia de la masa estudiantil, glorificar el poder establecido mezclado con los conceptos de patria, estado y hasta religión. El binomio Iglesia-Estado, en fraternal simbiosis, marca las férreas directrices y normas que afectan al futuro de un pueblo, al que solo se le ofrece un camino a seguir: el de la alineación al régimen total y absoluta.

Aquella generación recibía en los colegios la nueva doctrina que la España de Franco se va montando a su alrededor, hasta el punto de cambiar el sentido de la historia, desde los Reyes Católicos hasta la caída de Alfonso XIII, incluso se llegan a crear nuevas asignaturas como Formación del Espíritu Nacional, impartidas generalmente por personas afiliadas a Falange Nacional, y cuyo principal objetivo era inculcar en nuestras jóvenes mentes, la idea de cruzada contra el comunismo pero ,sobre todo, el destino nacional.

Aquella generación que nació sin nada, que aunque no sufrió los rigores de la guerra, ni las penurias de la posguerra si sufrió la necesidad de desear algo de lo más simple, una chocolatina, un botellín de cola... Aquella generación que se fue forjando a fuerza de conseguir lo más básico, y puedo decir si temor a equivocarme que nuestra infancia fue estupenda, porque peor no podía ser, solo se podía mejorar y ese era el reto y la ilusión, la de prosperar, superarse cada día un poco más, y que cuando se conseguía algo era una victoria en toda regla, no teníamos nada y lo poco que se conseguía era un tesoro.

Aquella generación que vivió en el barrio, nuestro viejo y querido barrio de Córdoba, con sus gentes siempre amigables, sus viejas tiendas de ultramarinos con sus dependientes de toda la vida, olores de toda la vida, chacinas de toda la vida, latas de conservas de toda la vida, con sus cajas litografiadas de carne de membrillo de Puente Genil. Quién no recuerda su viejo barrio y que hoy por la modernidad que arrasa con todo se han convertido en modernos barrios de Córdoba bien comunicados y mejor iluminados.

Aquella generación fruto de una época desangrada pero triunfante, y que tendría su increíble caricatura en una loca y apasionada beatería milagrera. La educación escolar de la década de los años 50 y parte de los 60 supuso a la larga la más cruel de la frustraciones, pues se nos mantuvo al margen de una formación política, cultural y sexual. Difícil por lo tanto nos ha sido reconocer nuestra propia historia.

Pero a pesar de ello en realidad todo aquello forma parte de los recuerdos de mi infancia. Quiero, como digo antes, felicitar a todos aquellos/as que se han jubilado y que han pasado a disfrutar del merecido descanso y también a los que por necesidad o por su profesión, como es mi caso, procurarán no jubilarse por el momento, a los que como yo piensan que son demasiados jóvenes para jubilarse y demasiado mayores como para empezar de nuevo.

* Pintor artístico