No solo era dolor lo que el zagal sintió por haber perdido a su padre, sino, además, el odio y la sed de venganza que le cegó la vista cuando se enteró del «regalo» que le habían mandado a su madre: --Aquí tienes el remedio para cuando la angustia te corte el aliento. Era la soga, con el lazo hecho, con la que a su marido lo habían ahorcado, y que su madre entregó al hijo cuando se hizo muchacho:

--Tu padre me obligó a jurarle que, si a él le pasaba algo, a ti te diera el encargo de vengarlo, que eso a mí me daría consuelo. Ya tienes edad para que te dé el instrumento con el que lo ejecutaron. Haz que me pidan perdón, que con eso habrás cumplido con el encargo, y no me sumes más tormento pues bastante tengo con estar condenada a lágrimas y luto eternos.

Cortó un cabo del cordel e hizo una banderola para colgarse su guitarra al cuello y, con sones country, se fue por corralas, esquinas y plazas, ranchos y pueblos, incluso hasta Río de Janeiro. Contaba su desgracia y buscaba al sujeto que lo había dejado huérfano para que le pidiera perdón a su madre y la sacara del infierno.

Cuando reunía gentío que escuchara su romance, terminados los rasgueos y el cante, cortaba trozos de la cuerda y los vendía como recuerdo de tan amarga historia que a él le sucedió.

--Llévense señoras y señores, como trofeo, un trozo del cordel con el que a mi padre lo colgaron del techo, que al tacto aún se aprecia su último estertor. Y como vendía tantos, pues a la gente el morbo le eriza el sexo, compraba más cuerda y seguía exponiéndola y vendiéndola como si fuera la verdadera.

Se estaba haciendo rico. Ya era rico... Y le hizo pensar que aquel gesto del verdugo más que de recochineo o sarcasmo era por generosidad; que las cosas no son simples, nada es negro o blanco, que hay un aquél en todas las acciones humanas que va más allá, por perversas que parezcan. La posverdad que los políticos de ahora tanto veneran. ¿Cuánto darían por la pistola que disparó a Miguel Angel Blanco? El terrorista regala el arma homicida a la familia o al pueblo, como cuando rompe la copa tras el brindis. Una promesa, como homenaje a la víctima, de que con ella no volverá a brindar...

¿Pedir perdón expresa en todos los mismos sentimientos? Para unos será liberación mientras que para otros será humillación. Pedir perdón no necesariamente conlleva honor, a veces es hipocresía o cobardía al no tener arrestos para a lo hecho sacarle pecho; cuando no insensatez: «Perdónalos que no saben lo que hacen». Por eso estos cautivos se nieguen a pedir indulgencia pues no actúan por equivocación. Todo al contrario: lo hacen a conciencia, y pedir perdón sería trivializar su gesta y, además, la vida al muerto no se le regresa. Tampoco tienen sentimiento de culpa, como no lo tenía el dictador cuando mandó a sus abuelos al paredón, o cuando aplastaron Guernica. «Son operaciones guerreras ejecutadas por héroes y patriotas», dijo Otegui al caer cuatro etarras del comando Vizcaya al explotarles en las manos las bombas que pretendían colocar.

Liberados de los campos de exterminio, niños con la estrella amarilla afirmaban: Si nosotros nos vengamos del holocausto, jamás se acabará el ping-pong macabro que termine con la Humanidad. Y con esa lección, mal aprendida por gentes del confort sin estrella amarilla, entre otros la Bardem y Marisol, piden la excarcelación de pro-etarras y aproximación de los pura sangre a los penales de Euskal Herría.

Ofenden con la compasión. El que aceptó cumplir con la ejecución, lejos de su caldo de cultivo, era porque estaba preparado para cargar él solo con todas las consecuencias en caso de ser apresado. Sin bajar la cabeza. Como los falangistas que desafiaban a pecho descubierto las balas del pelotón. Volver esposados en un rebaño de compañeros capturados por errores logísticos es una humillante vejación. Traerlos a su tierra, sin ejercer sobre ellos represalias, a cárceles cinco estrellas, es una burla, un menosprecio a su valor. Los mártires no le temen a la hoguera. Es más, los sublima el dolor.

--¡Mi hijo no es un terrorista!, gritó con fuerza la madre del vasco que acababa de pegarle un tiro en la nuca a su víctima, no tengo, por tanto que pedir a nadie perdón, ¿O acaso alguien lo pidió por el millón de muertos de nuestra última contienda?

Tenemos más de ochocientas madres de terroristas, Y aun no han constituido la Plaza de Mayo Vasca, pro Derechos Humanos. Sin embargo una pomposa excelencia de birrete y muceta, junto a la bohemia diletante, consideran que «los pecados de los hijos no pueden pagarlos sus madres», razón por la que hay que reagruparlos. ¿Pecados? Conclusiones gratuitas y frívolas, hechas desde la supina ignorancia, que estas madres rechazan. En las guerras cántabras sus antecesoras vascas degollaban a sus hijos y preferían morir --según Estrabón-- antes de ser esclavizadas por los romanos. Las portadoras de esos genes ¿necesitarían de los corifeos de la farándula para cantar sus anhelos o sus desgracias?

* Catedrático emérito de Medicina