Albert Rivera no es el Emmanuel Macron español. Por su biografía y perfil profesional. Pero sobre todo por su muy distinta colocación en la dinámica política. Macron se lanzó a la arena cuando los dos partidos que habían dominado la escena francesa en las últimas décadas, el socialista y el de centroderecha, estaban exhaustos y al borde del precipicio. Rivera lo hizo para oponerse al nacionalismo catalán y cuando, más tarde, se convirtió en alternativa para España, tanto el PSOE como el PP eran partidos más o menos sólidos, que no amenazaban derrumbe. Macron apostó por atraer a la fuerte corriente socio-liberal que desde hacía tiempo bullía en el interior del PSF, rompiendo el partido, al tiempo que ofrecía ese mismo programa a los cuadros más liberales de una derecha muy dividida pero en la que el estatismo era dominante. Rivera creyó siempre que su opción prioritaria era debilitar al PP y nunca ha dado pasos significativos para entrar en el terreno político, que no electoral, del PSOE. Macron fue ministro de François Hollande. Albert Rivera militó en las Nuevas Generaciones del Partido Popular.

Sus propuestas programáticas coinciden en el recorte de impuestos y de costes salariales para las empresas, en la reducción del peso del Estado o en la voluntad de renovar profundamente el personal político dirigente. Pero su tiempo es distinto. Macron ha visto abrirse ante él un enorme espacio que colmar. Rivera aún no ha tenido esa oportunidad.

Pablo Iglesias tampoco es el Jean-Luc Mélenchon español. El primero viene del marxismo revolucionario, si no leninista. El segundo de la izquierda socialista y fue ministro con Lionel Jospin. Pero los movimientos que encabezan sí representan opciones muy similares. Expresan la rabia de millones de ciudadanos por el aumento de la injusticia social que la crisis ha traído consigo y el rechazo sin paliativos del establishment. Y el desmembramiento de sus respectivos partidos socialistas, que en Francia es ya una realidad, les abre a ambos la posibilidad de crecer.

* Periodista