El 20 de junio de 1936 se reunió en el cine Alcázar de Córdoba la asamblea de la Federación Provincial Socialista. Desde su inicio, los representantes cordobeses de las dos corrientes en que se dividía el socialismo español, la moderada o prietista y la revolucionaria o caballerista, se enzarzaron en ardorosas discusiones al analizar los comportamientos de unos y otros en los pasados sucesos de octubre de 1934. La prudencia y energía desplegada por el presidente de la asamblea, el histórico dirigente de Puente Genil Gabriel Morón, no pudo impedir que se llegara a insultos e incluso agresiones personales. El punto final de aquello fue la autodisolución de la Federación Provincial Socialista de Córdoba. Un mes después los socialistas cordobeses recuperaron la unidad en las tapias de los cementerios y ante los pelotones de fusilamiento. A esos socialistas cordobeses les pasó lo mismo que a los ingenuos conejos de la célebre fábula de Iriarte que se dedicaron a elucubrar si quienes les perseguían eran galgos o podencos para acabar sucumbiendo ante quienes de verdad les acechaban.

Estas luchas intestinas en el socialismo cordobés y en el nacional no eran nuevas ni van a ser las últimas. Desde sus orígenes a finales del siglo XIX y hasta nuestros días se han enfrentado, a veces con suma dureza, las facciones en que se dividió: obreristas e intelectuales; partidarios y enemigos de la alianza con los republicanos; defensores y detractores de la integración en la III Internacional; prietistas, caballeristas y besteiristas; procomunistas y anticomunistas; del interior y del exterior; históricos y renovadores; marxistas y socialdemócratas; guerristas y felipistas; etc.

Es bueno hacer este repaso a la historia del PSOE en la campaña que precede a la celebración de unas elecciones primarias que permitirán dotar al partido de una nueva dirección política tras la traumática asamblea del pasado uno de octubre y la prolongada, y por ello anómala, gestión de una comisión gestora.

Las crisis, sobre todo las producidas en momentos de especial relevancia en la historia de España, condujeron al socialismo español al suicidio colectivo ya que se antepusieron las luchas de poder a afianzar una ideología que debería unir y no enfrentar. Además, en todas las crisis se buscó más que el debate la aniquilación del adversario con el que, teóricamente, se coincidía en las esencias; por ello se enconaron más las diferencias y no se restañaron unas heridas que debilitaron e hicieron más ineficaz al partido.

Desde el comienzo de la Transición hasta nuestros días el PSOE se ha convertido en un partido esencial de la España democrática. Nadie puede poner en duda que a él se han debido los mayores avances sociales que han ido parejos a la consolidación de la democracia. Pero esos logros están corriendo el riesgo de mermar e incluso desaparecer en la vorágine iniciada por la crisis del capitalismo iniciada en 2007. Los gobiernos de derecha europeos y recientemente de Estados Unidos, controlados de facto por las mismas instituciones financieras que desencadenaron la crisis, la han combatido con el retorno a un capitalismo salvaje, el del sálvese quien pueda, en el que el Estado ha hecho dejación de su capacidad de elemento corrector de las desigualdades generadas por el sistema. Y España, especialmente desde la llegada al poder del Partido Popular en 2011, no ha sido una excepción.

En esta coyuntura la crisis interna del socialismo español tiene una trascendencia que va más allá de sus cuadros y militancia. El PSOE, en vez de presentarse como el principal referente en la lucha por una mayor justicia social, ha ido perdiendo terreno e incluso muchos de los comportamientos de sus dirigentes parecen alejarle de su izquierdismo. No porque su ideología haya periclitado ni porque esté trasnochada: son muchos los que desde dentro del partido o con sus votos la defienden y la anhelan. El problema está en que esos dirigentes parecen prestar más atención a mantener su puesto de privilegio dentro de la organización y de las esferas de poder que controla que en ejercer de auténticos socialistas. Su militancia es meramente nominal ya que les preocupa más lo suyo que todo lo que hay detrás de la ideología que dicen representar.

Así, con las luchas que desangran al socialismo español y las boutades de esos progresistas de salón que dicen situarse a su izquierda, el resultado es la perpetuación en el poder de una derecha corrupta e insolidaria que sabe muy bien lo que tiene que hacer. Otros, por el contrario van al suicidio colectivo mientras se dedican a discutir, como en la fábula, si son galgos o podencos.

* Historiador