La imputación de Ignacio González, expresidente de la Comunidad de Madrid y de todo lo que parece ser que colea tras este presunto caso, no es que dé una vuelta de tuerca más sobre la lacra de la corrupción, es que inaugura un estadio nuevo y distinto. La corrupción en sus presuntas y no presuntas vertientes está demostrando tal consustancialidad en ciertos partidos políticos que el respetable comienza a tener claro que no es posible tal grado de corrupción áulico sin que se entere nadie. Vamos, que no se puede robar presuntamente tanto a lo ancho como a lo largo sin que nadie sospeche algo o no se entere de nada. Entre otras cosas porque se da la circunstancia en los susodichos políticos de que tanto unos como otros llevan en política desde que tenía pantalón corto. Los que presuntamente roban y los que no se dan cuenta. Si la política fuera un ejercicio interino y de servicio; pero sobre todo interino, a más de uno no le daría tiempo a llenarse las faltriqueras ni a quedarse ciego y no ver nada. Para aplicar la ideología y el programa de un partido político no es necesario entrar de chico en un partido y tirarse toda una vida. Con ser un personaje destacado en la sociedad que se suma a un proyecto político durante un tiempo por el bien de sus ciudadanos no solo es más que suficiente, sino que es aconsejable y eficaz. El pueblo empieza a estar harto de las mismas caras en política: unas que tratan de deslindarse de la corrupción y otras que presuntamente la ejecutan. En cualquier caso son los mismos rostros de siempre. Tal vez por eso estén triunfando los nuevos rostros en la política: por el hartazgo del personal. Pero esto es una perversión del juego democrático. Si para evitar la corrupción en necesario cambiar las reglas de juego de los partidos en cuanto a su interinidad, cámbiese. Pero, por favor, no más corrupción.

* Mediador y coach