Me levanto a las 7, pongo el desayuno y despierto a la nena, recojo, la visto y limpio, hago lo propio conmigo, a la calle. Al colegio de ella, a la casa de vuelta. Y a prisa, que no tengo tiempo de nada, ni un ratito si quiera para mis cosas, que tengo que encargarme de «mis labores». Cocinar, lavar, planchar («así planchaba, así, así, así planchaba que yo LA vi»). Atender, escuchar, aconsejar, callar. Como no trabajo... Pero tengo un sueldo familiar, que trae a casa el cabeza de familia, ¡ay la familia! Desde que conocí su sentido etimológico me da un poco de desconfianza: «grupo de siervos y esclavos patrimonio del jefe de la gens»... ¿Por dónde iba? Ah, sí, que qué bueno que tenemos ese sueldo familiar, que ahí estamos todos incluidos. Ah, no, bueno, no del todo; el ingreso no es mío, no se me da por un reconocimiento a mi labor, no tengo si quiera reconocimiento social por todo aquello que hago, no tengo cobertura alguna ante posibles contingencias, ni derecho a baja, paro ni jubilación. ¿Vacaciones? Ja, ja, ja.

Suma y sigue... Y es que no cotizo porque como no trabajo... Pero es que ni siquiera puedo cotizar por ello aunque quiera, aunque el sueldo que entra en casa diera como para contratarme y pagarme por las horas que echo (a veces me pregunto si se acep-tarían los sueldos actuales y si los hombres irían a trabajar tan dispuestos si tuvieran que pagar por el trabajo que necesitan para vivir y que no hacen porque están trabajando...), porque no es legal ser contratada en tu propio domicilio, curioso, ¿no? Imposible recibir así, por todo lo que doy, lo que merezco: reconocimiento, derechos, posibilidades... No, nadie me dará nada, porque es mi ámbito, mi espacio, lo privado, y por toda esa retahíla de cuentos tan bien asentados en nuestras cabezas (sobre todo en las de los cabezas de familia): son cosas que me gustan, que se me dan bien, que por naturaleza me vienen dadas (y aún no he oído ningún estudio que demuestre que las manos de los hombres por genética son menos aptas para el trabajo del hogar).

Y mientras tanto, no cuento para el PIB ni para la EPA, no trabajo, no genero valor y menos aún soy economía, aunque llevo una vida dedicada al resto, a los míos, a su cuidado y cariño, en definitiva, a su supervivencia. ¿Cómo, si no, iba a funcionar el mundo sin mis cuidados y los de tantas otras? ¿Podrían los hombres llegar a su puesto de trabajo, estar a punto y rendir si no llegaran descansados, comidos, tranquilos? ¿Y quién se encarga de ello? ¿Ellos?, ¿la empresa? ¿Podría el Estado tener la estabilidad y paz de la que goza si mujeres, que como yo no trabajan, no estuvieran amortiguando la crisis que cae sobre nuestras cabezas (no tanto de las de los cabeza de familia...)? ¿Quién, si no, esas mujeres y esos hogares están resolviendo como pueden los problemas derivados de un Estado que da la espalda a sus gentes, que recorta en derechos sociales y que sirve a los intereses del capital? Por aquí y por allí, expolio y plusvalía a base de mi no trabajo (y el de tantas otras), haciendo de mis 12 meses su agosto. Negocio redondo.

Quizás la clave esté en empezar a cuestionar el propio concepto de trabajo y el de economía. ¿Miramos a los orígenes? «Oikos-nomia» = gestión del hogar (mira qué casualidad...) ¿No será que la economía es por tanto algo más amplio, que trasciende a la visión actual que tenemos de ésta y que ésta, la capitalista, es solo una forma entre tantas otras posibles de entenderla y llevarla a cabo? ¿No debería ser el eje central del planteamiento que ese hogar, que los recursos de este planeta, que también es nuestro hogar, y que son finitos y no nos pertenecen, sea gestionado de manera justa y responsable, según las necesidades? Y que el trabajo sea una vía para lograrlo, pero que sea un trabajo socialmente útil, ¿o es que cualquier trabajo ha de ser considerado como tal? Ya vemos que no... ¿Qué hay de aquellos que generan muerte? ¿Y esos que enriquecen generando a su paso pobreza y destrucción? ¿Y quienes se sirven del trabajo casi esclavo de miles de mujeres en sus casas y hogares, cuidando a hijos comunes, a sus madres o los padres de estos, a las futuras generaciones que serán la base que nutra todo el engranaje empresarial y productivo? ¡Ay lo productivo y lo reproductivo!... Quizás también hay que darle una vuelta a por qué es reproductiva la única acción humana de este mundo que realmente produce algo: vidas... El resto realmente es reproducir sobre lo ya existente, transformar, cuando no destruir...Dentro de esta vuelta de tuerca, de este repensarnos, de este cuestionar nuestro lugar en el mundo, nuestros aportes, nuestros reconocimientos y compensaciones, quizás vaya siendo hora de tomar conciencia, de clase si se quiere, y entender que SÍ trabajamos, y que nuestro aporte social ha de ser por tanto de algún modo reconocido y retribuido. Y exigirlo, dentro y fuera de casa, como se exige en la vida pública, en el trabajo, unas condiciones dignas, un aumento o unos días de permiso. Quizás suene raro, casi tanto como quien en el siglo XIX pedía una jornada de ocho horas o el derecho a huelga. Así pues, ¿qué hay si nosotras, quienes no trabajamos, nos sindicamos?...

* Periodista. Responsable de Comunicación de REAS y fundadora de La Transicionera