Había convocado a toda su familia: hijos biológicos y políticos, hermanos y amigos íntimos. Los invitaba a merendar, pero sin niños. --Tengo una sorpresa muy importante que daros, no me faltéis--. A los impacientes respondía que no les adelantaba nada, pues era una noticia enorme que tenían que recibirla todos al mismo tiempo. --Di, al menos, si es buena o mala--, insistían. --Supongo que para algunos les parecerá una cosa y para otros será la contraria, no faltes y tú lo descubrirás--. Y sin más, colgaba.

-- ¿Para qué querrá tu madre reunirnos a todos? Le habrá tocado la lotería--. --Ingenuo, para eso jamás nos avisaría, es tacaña--. --Mi madre siempre le compra ropita a los nietos y tú no los dejas ni que pasen una tarde en su casa, cuando se siente sola--. --¡Vamos, para unos patucos de los chinos!, es manipuladora, que compra el cariño con chupachús sin importarle las caries, por eso no quiero dejárselos, es una rácana--. --María, no le des más vueltas, le dijo su concuñada, nos va a comunicar que no puede seguir pagando el inglés de mi Pepín ni la letra de tu coche. Nos va a dejar tirados. Es una egoísta irreflexiva--. --Oye, ¿no será que tiene un cáncer y quiere que la acojamos?, --Pues en mi casa no la meto--. --Ni yo en la mía--. --¿No estará tras una residencia de lujo y querrá que se la paguemos? Pues por mí, que se siente y espere.

Cuando llegaron ya tenía puesta la mesa, las tazas y las magdalenas. Esperó a que todos estuvieran sentados y dieran un par de sorbitos. El sobre de color marrón que llevaba en la otra mano no lo soltó ni para servirlos. --Ahora, dijo solemne, ha llegado el momento de daros el notición. El silencio no lo cortaba ni una motosierra. Tengo que comunicaros que estoy embarazada--. --¿He oído bien? ¿La abuela preñada?-- Los murmullos y cuchicheos atronaban. --Se ha vuelto loca. Es el Alzheimer. La demenci senil. Madre, ¡tienes más de sesenta años! Será psicológico, como el de mi perra, o acaso ¿por obra y gracia del Espíritu Santo?, --Casi, hijo, casi, respondió: por gracia divina no, por psicopatología tampoco, por virtud de la ciencia sí: el milagro de la fecundación «in vitro». Estoy desesperada al ver pasar los días sin poder volcar mi amor, que se desparrama, en alguien que lo aprecie y dar ilusión, una sonrisa, un abrazo cada mañana. Y sacando del sobre la ecografía, la blandió diciendo: os presento a mi hija con cuatro meses de gestación. Y todos, conteniendo el aliento, pensaron: irresponsable, egoísta, egocéntrica, irreflexiva, imprudente, insensata, inconsciente, demente. Y la hija, la que era del Opus, exclamó poniéndose en pie: ¡azufre! yo lo olía , siento repelús y miedo, este embarazo es demoníaco, como el de Mia Farrow en La semilla del diablo, de Polanski. Y santiguándose se marchó.

Sorprende que haya avances científicos que, tanto como cuesta conseguirlos, cuando dan sus frutos, sean anatemizados por la religión imperante y la sociedad que los patrocinó. Nunca los credos se llevaron bien con la ciencia, le temen como segadora de sus creencias. La Inquisición la perseguía y al científico lo mandaba vivo a la hoguera. «No es hereje el que arde en la hoguera, sino el que la prende», diría Shakespeare. Miguel Servet es el que más nos duele, lo chamuscaron aquí cerca. Los testigos de Jehová mueren antes de dejarse hacer una transfusión sanguínea o un trasplante de médula. Las iglesias cristianas rechazan la reproducción asistida, y nuestro obispo, con ingenio (lo cortés no quita lo valiente), las llama «aquelarre químico». Doctores tiene la Iglesia, pero se me hace extraño que no se acepten estas técnicas cuando el brujo no hace más que el Creador en el dogma: la Concepción sin que intervenga varón. No es soberbia, ni herejía que trate de echar un pulso al Cielo, y menos aún a Monseñor, cuanto más inteligente veo al hombre más creo en Dios, es hacer posible que sea padre o madre los que con el «abrazo amoroso» no consiguen la fecundación.

Tildar a la abuela de irresponsable por tener un hijo, cuando tiene tantas probabilidades de dejarlo huérfano, tiene solución fácil; y debemos, cuanto antes, tenerla en cuenta, pues en España, que yo sepa, ya van siete bebés nacidos de sexagenarias. La investigación vuela y si no nos atemperamos a ella la historia nos pedirá cuentas: al inscribir un recién nacido en el registro civil, al igual que hacemos al bautizarlo, debe de exigirse que se registren padrinos solventes y comprometidos para cuidarlo. Y esto, en una comunidad solidaria debe ser un derecho de cualquier nacido, pues no hay padre o madre que, por jóvenes que sean, estén libres de romperse la crisma en una cuneta. Proscribamos, pues, esta sociedad enferma, donde, como sostiene Silvia Nanclares, «la maternidad está poco apoyada», escasa de imaginación y valores, hipócrita y codiciosa, materialista e inculta, que no busca cómo curar la vaca tuberculosa, sino que la mata descerrajándole un tiro en la cabeza.

* Catedrático emérito de Medicina de la UCO