El jueves pasado fallecía en Madrid una genuina representante cordobesa de las congregaciones religiosas. De esas personas que dibujan su quehacer justamente a partir de un «catolicismo de las obras»: la madre escolapia María Dolores Perez Marín. Natural de Carcabuey, las inquietudes formativas de sus padres marcaron la elección de su educación primaria y secundaria en el Colegio San José de Cabra. Con posterioridad realizó la licenciatura en Geografía e Historia en la Universidad de Granada. Trasladada a Córdoba, durante más de veinticinco años desempeñó sus tareas docentes y la dirección pedagógica de uno de los centros más representativos de la capital, el Colegio Santa Victoria. Sus numerosos alumnos y aún sus familiares, son conocedores de la ingente labor que supo impulsar en la sociedad cordobesa entregando lo mejor de sus talentos calasancios. Pérez Marín no gustaba de protagonismos. Jamás buscó el mundo de los honores ni de los reconocimientos. Su mundo fue amalgamada comunión de un firme compromiso espiritual y educativo, conforme al carisma fundado por su siempre inquirida Paula Montal, la santa catalana. Hoy también deberíamos vindicar el peso de su obra como historiadora. A la sazón y en este campo, convirtió el tesón de las escolapias en territorio específico de sus investigaciones merced a la aplicación de un método analítico de estructuración verdaderamente académica. Todo lo referido tomó cuerpo en significativas monografías del tipo de Escolapias en Andalucía, que fue publicada en 2005. Enviada a Roma, culminó sus estudios en espiritualidad y redactó su difundido libro Paula Montal. Biografía, espiritualidad y carisma. Simultaneando tareas docentes y directivas en el Colegio de Escolapias de Carabanchel, editó por su parte La Escuela de Paula Montal en sus documentos. Verdaderamente en la madre Pérez Marín se personalizó el mejor ejemplo de cómo las religiosas, cuyo tiempo frecuentado es por esencia la eternidad, han percibido el compromiso actualizado de su historia y como la desean trasmitir a la sociedad. Todavía recordamos su gesto templado en las presentaciones editoriales de algunos de sus estudios en distintas instituciones cordobesas. Le reconocimos ciertamente un coraje inagotable para el trabajo, pero asimismo esa percepción suya inmediata de los sufrimientos ajenos y la creatividad con la que dibujó el auténtico camino de su personalidad. La madre Perez Marín fue hermana. Ella deseó servir hasta el final. Cuando la encontramos por última vez y le preguntamos cuales serían sus compromisos en una etapa de la vida ya más que madura, ella respondió con esa mirada atenta que tanto la definía: «¡En tanto que pueda...!». Durante sus últimos días preparaba la defensa de su tesis doctoral en teología, que sumaria alcances ya frecuentados por su grado de doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Córdoba. Perseverante pues. Descanse en paz.

* Profesor. Firma también este artículo Fernando López Mora, profesor de la Universidad de Córdoba