En fechas recientes ha tenido lugar una jornada para divulgar la existencia y la labor desarrollada por el Servicio de Atención a la Diversidad de la Universidad de Córdoba, que incluye la Unidad de Educación Inclusiva y la Unidad de Atención Psicológica.

Es preciso apostar institucionalmente por transformar las universidades en espacios amables y respetuosos con las diferencias de las personas que las integran. Hemos de entender que una universidad excelente solo es posible si se atiende y respeta la idiosincrasia y el carácter personal e irrepetible que tiene cada ser humano. Y es que esta afirmación, por obvia que parezca, no siempre es un principio transversal que impregna cada una de las decisiones y políticas que se acometen en la universidad.

Estamos imbuidos en un macrosistema internacional marcado por la globalización académica, que jerarquiza la calidad de las instituciones de Educación Superior en rankings en los que se contemplan como criterios preferentes la producción científica, la transferencia, la innovación y la docencia. En mi opinión se aplica una mirada sesgada que sitúa en los márgenes de la universidad la responsabilidad y el compromiso social que debe tener una administración pública sostenida con fondos provenientes de la ciudadanía.

Si bien es cierto que cada vez se incorporan más ámbitos relacionados con la promoción de valores que tienen que ver con las políticas de igualdad, sostenibilidad ambiental, atención a las personas discapacitadas, voluntariado, cooperación y solidaridad... No es menos verdad que aún no se consideran asuntos prioritarios, en el cometido que tiene la universidad para formar a una ciudadanía crítica y participativa. Además de una cualificación académica y profesional solvente, quienes egresan de la universidad deberían ser capaces de poner en marcha procesos de transformación social que aboguen por una sociedad más equitativa, justa y sostenible. La universidad no debe renunciar a asumir al encargo social de actuar como modelo de progreso que facilita una alfabetización ética a las generaciones venideras.

Hemos de avanzar desde una concepción en que la educación inclusiva se valora como una obra caritativa, que ofrece la universidad para aquellas personas que tienen dificultades, hasta conseguir una visión de la inclusión como elemento de enriquecimiento de las instituciones. Además de un derecho reconocido por la ONU (2005), la educación inclusiva impulsa una mejora permanente de las organizaciones al valorar la pluralidad humana.

Aunque el discurso teórico sea suscrito por la mayoría de los agentes universitarios necesitamos seguir avanzando desde una inclusión formal, enmarcada en formatos normativos, que siendo necesarios no son suficientes, hasta conquistar una inclusión real. Una inclusión real que penetre cualquier ámbito universitario y que esté presente de forma explícita en los presupuestos, en las decisiones y en el día a día de la institución. De este modo se irá transformando la conciencia de las personas, como elemento imprescindible para superar estereotipos y creencias que derivan en realidades segregadoras y excluyentes.

Como vicerrectora de Responsabilidad Social manifiesto el apoyo institucional de la Universidad de Córdoba para avanzar hacia una universidad excelente, transitando el lento pero inexorable camino de la inclusión, que nos permite aprovechar el talento de todas las personas, respetar sus derechos y evitar que la diferencia se convierta en desigualdad.

* Vicerrectora de Vida Universitaria y Responsabilidad Social de la Universidad de Córdoba