De acuerdo con el Vaticano, ver Dignitas Personae, son inmorales varias técnicas reproductivas como la fecundación in vitro, el congelamiento de embriones y de óvulos, el diagnóstico preimplantatorio, la ingeniería genética terapéutica, la clonación terapéutica, la inseminación artificial y, claro, la (pen) última innovación tecnológica ligada a la reproducción humana: la gestación subrogada. Una cosa tienen en común todos estos casos: a nadie obligan, siendo siempre una opción personal y una posibilidad, no un imperativo, que ofrecen la ciencia y la tecnología.

La aplicación de nuevas tecnologías al ser humano provoca siempre recelos porque se teme que afecte de una manera u otra a su naturaleza, ya sea en su esencia biológica y/o moral. De Frankenstein a Un mundo feliz, de Planeta prohibido a 2001, una odisea espacial hemos crecido deslizándonos por pendientes resbaladizas sobre las mortíferas consecuencias que nos traería el desarrollo tecnológico, aunque más por nuestra mala cabeza que por las innovaciones en sí. Además se teme que haya un distinto acceso económico a dichas tecnologías lo que también suscita alarmismo social y prohibicionismo jurídico. Pero el principio de precaución no debe estar reñido con la vocación por la innovación, ni la desconfianza en los incentivos materiales debe hacer que nos refugiemos en la hipocresía burocrática.

Recientemente el obispo de Córdoba tildó de «aquelarre químico» la fecundación in vitro que desde 1978 --año de nacimiento de Louise Brown, la primera «brujita» producida en el «aquelarre de probetas»-- ha posibilitado que millones de parejas sean padres por este procedimiento artificial. No se tiene noticia de que el obispo haya traído al mundo a nadie ni por procedimientos naturales o artificiales a pesar del mandato bíblico sobre «crecer y multiplicaos» que no especificaba cómo hacerlo. Por supuesto el dirigente religioso tiene todo el derecho del mundo a considerar de esta manera la unión de los gametos en una fría placa de Petri pero no está legitimado a imponer al resto de los mortales su estrecho punto de vista tecnológico y moral.

Ciudadanos ha puesto sobre el tapete la legalización de la gestación subrogada, aunque solo en su variante altruista. De esta manera, España seguirá a la vanguardia de la innovación ética y tecnológica, jurídica y política en lo que se refiere a la promoción de los libertades civiles y los derechos fundamentales. Lo que de verdad deberíamos estar discutiendo no es el falso dilema «altruista o comercial», ya que son perfectamente compatibles, sino la legitimidad de una medida que resulta chocante para la intuición moral de muchas personas y que, por una vez, pondrá de acuerdo a la Conferencia Episcopal y al Conclave Feminista.

Algunos bioéticos consideran que hay una brecha entre la rapidez del avance de la investigación biomédica y la capacidad de la sociedad para asimilar sus posibilidades de una manera informada y razonada. ¿Recuerdan a los agoreros que pronosticaban un infierno de mutantes genéticos cuando se decodificó el genoma humano porque psicópatas y/o políticos, o una combinación, podrían utilizar la técnica con intenciones perversas? Efectivamente, siempre cabe la probabilidad de un mal uso las nuevas tecnologías pero, en primer lugar, la mayor parte de las personas suelen ser razonables y moderadas en estas cuestiones; en segundo lugar, una prohibición no elimina los «casos feos», solo los oculta y los invisibiliza, haciéndolos más peligrosos e incontrolables. Escribía Richard Brautigan en su poema sobre «máquinas de amorosa gracia». Y es que pese al Vaticano la dignidad de la persona reside en el amor como fin de la vida humana y no en la tecnología como medio para alcanzarla.

* Profesor de Filosofía