La recomposición del paisaje político francés, que se inició en el 2014 cuando el Frente Nacional se convirtió en el primer partido, no cesa, como ocurre también en España, Holanda, Italia, Austria o Alemania. El partido de Marine Le Pen volvió a ganar en las regionales del 2015, confirmando que Francia había abandonado el bipartidismo para instalarse en el tripartidismo, y desde entonces encabeza las encuestas para las presidenciales de abril y mayo próximos. Esta semana, la elección en primarias de Benoît Hamon como candidato del Partido Socialista añade leña al fuego de esa recomposición, porque el aspirante, que representa al ala izquierda del partido, ha propuesto un pacto a Jean-Luc Mélenchon, representante de la Francia Insumisa apoyado por el Partido Comunista, y a los ecologistas. Si el PS, dirigido ahora por un ejecutivo que no respalda las propuestas de Hamon, acepta esa alianza, estallará en pedazos. De hecho, varias decenas de diputados socialistas ya han rechazado defender el programa de Hamon, y se encaminan a apoyar al exministro de Economía Emmanuel Macron, que pisa los talones en los sondeos a François Fillon. En esta situación, el escándalo de corrupción que afecta a Fillon es un paso más en esta recomposición política, al margen de sus implicaciones morales. Pese a que el candidato de Los Republicanos culpa de todo a «un golpe de Estado institucional de la izquierda y del poder», los hechos son cada día más irrefutables: su mujer ingresó sin rastro de su trabajo 830.000 euros como asistente parlamentaria de su marido, 100.000 como empleada en la revista de un amigo, dos de los hijos de Fillon cobraron 83.000 como asistentes y él mismo se embolsó 750.000 por una labor de consultoría prohibida a los diputados. Su renuncia parece cuestión de tiempo. En ese caso, lo más probable es que la presidencia de la República se la disputen el populismo ultraderechista de Le Pen y el populismo apartidario y atildado de Macron. Todo un panorama.

* Periodista