Dónde están los controles y contrapesos, los checks and balances, que George Washington, James Madison, Alexander Hamilton o Benjamin Franklin, entre otros, introdujeron en la arquitectura constitucional de Estados Unidos para evitar que uno de los tres poderes se erigiera en omnipotente? En menos de dos semanas desde que llegó a la Casa Blanca Donald Trump se ha erigido en la única fuente de poder con sus órdenes ejecutivas y sus amenazas en las redes sociales. La última demostración de su particular aquí mando yo ha sido el despido de Sally Yates, la fiscal general interina, que había cuestionado la legalidad del cierre de las fronteras a refugiados y a ciudadanos de varios países de mayoría musulmana. Nombrada en 2015 como ‘número dos’ del Departamento de Justicia por el expresidente Barack Obama, Yates envió el lunes por la noche una carta a los abogados del Gobierno para ordenarles que no defendieran en las cortes el decreto de Trump sobre los refugiados, cuya legalidad ha sido desafiada en varias cortes del país. Su acción le valió la expulsión automática de su puesto y una dura acusación de traición por parte del Gobierno de Trump. Su pasado ya está marcado por la agridulce doble condición de heroína y traidora.

El despido iba acompañado de unos juicios de valor negativos sobre la fiscal. Yates se había enfrentado al dilema entre ser fiel a la ley o serlo a la Casa Blanca y en esta disyuntiva optó por la fidelidad a la ley. Esta postura está en sintonía con las manifestaciones y protestas multitudinarias que se producen en varios puntos del país (y también en el extranjero), en especial en los aeropuertos, contra una prohibición que es cruel, arbitraria, xenófoba, basada en prejuicios, contraria a la identidad de un país de inmigración con la que se ha hecho grande y rico, e incompatible con el más elemental sentido de humanidad.

A la crisis que Trump ha generado con sus ukases e ideas en el Departamento de Estado y en el cuerpo diplomático se suma ahora la división que su política migratoria ha producido en el de Justicia. Un precedente de cuanto ha ocurrido con la fiscal Yates pasó en 1973 cuando Richard Nixon, en pleno escándalo Watergate, despidió al fiscal general y a su segundo porque se habían negado a echar al juez especial encargado de la acusación en aquel caso. Al año siguiente, ante el seguro impeachment, aquel presidente dimitió. Desde entonces hasta ahora ha habido un cambio radical en la percepción de la ética en la política. Nixon tiró la toalla porque no era socialmente aceptable que todo un presidente de Estados Unidos hubiera mentido. Trump no ha hecho otra cosa que mentir desde que se lanzó a la arena política, y ha sido la mentira y la manipulación lo que le ha llevado a la Casa Blanca sin que importara a los más de 60 millones de estadounidenses que le dieron su voto.