Concluido el ciclo de los Doce Días de Navidad y Epifanía, y tras un primer mes en el que algunas de sus últimas celebraciones podrían considerarse dentro del carnaval, bajo la protección de Neptuno se me presenta con su ramillete de rubí bajo la ventana del despacho donde escribo el amanecer de febrero, en recuerdo a Februus, el dios romano de los muertos, quien lo personifica. El mes se instituyó entre los romanos en honor al periodo en el que se celebraban los rituales de purificación y se hacían sacrificios para la expiación de los pecados, más tarde incorporado a las Lupercales. Representa un tiempo nuevo, que llega con la variabilidad de la Semana Mayor. Hay fiestas que siguen una secuencia fija. Cuarenta días separan la Navidad de la Purificación, el carnaval de Pascua, y otras tantas jornadas para separarla de la Ascensión, siendo veinte los que hay entre ésta y la del Cuerpo del Señor, y que no dejo de mirarlas por los recuerdos que me traen.

A las carnestolendas se incorporan ciertas celebraciones más que evidencian la existencia de categorías sociales, como las de los jueves de comadres, o aquellas otras que en la Vieja Castilla, por santa Águeda, dan el «gobierno a las mujeres»; igualmente, se integran otras diferentes que, como la Candelaria, san Blas o la del Jueves Lardero, confieren identidad propia a la de este mes. El carnaval nos llega a Córdoba como culminación de las celebraciones de invierno. Supone un tiempo de fiesta en el que no sólo se reimplantan prácticas tradicionales sino que se adoptan otros modelos en que las carrozas, concursos y bailes tienen una gran importancia. El recuerdo de los carnavales tradicionales todavía se mantiene, y en ellos no falta la comida, que sigue consumiéndose en algunos pueblos de la Subbética. Antiguamente hubo una gran riqueza y variedad en las manifestaciones de carnaval, como publicamos con Francisco Luque-Romero, si bien tras su última prohibición la celebración nos llegó más homogeneizada y casi con los mismos componentes, tanto en la capital como en otros municipios. En ellos hacen acto de presencia las mascaradas y, cómo no, la inversión social que representan y que hoy entre nosotros apenas si tiene significado. En gran medida algunos de sus rituales son redundancia de la estructura social existente. Por ello, durante el carnaval, se desestructura el orden establecido, ofreciéndole otros roles rituales a quienes no les debían concernir. Disfraces, mascaradas y liberación de tabúes hacen de estas fiestas la expresión por naturaleza de la antiestructura.

Estos días próximos en que viviremos el nuevo tiempo, representan un paréntesis en la vida cotidiana. Con una estructura propia, se repiten en ellos ciertos modos de comportamiento que están cargados de intención social y psicológica. En este período se da rienda suelta a los instintos mediante actos que ejercen de cura psíquica y social, y en los que tampoco están ausentes las injurias. Algunos de ellos nos informan de tensiones y de la estructura de poder existente en la comunidad. Por eso pertenecen al modelo que funciona como negación simbólica de la realidad social, en la que todo cambia durante la fiesta para que luego, en el día a día, nada se altere. Sin embargo, a las mascaradas ya no se les otorga su primigenio sentido; pocos recordarán que la inversión traía la vuelta al mundo de nuestros antepasados y de los seres sobrenaturales, de gentes que regresaban de otros mundos durante el transcurso del tiempo sagrado. Las carnestolendas se celebraron siempre con mucha animación y bullicio, dando lugar a dos modelos de fiestas: las cortesanas y las populares. El disfraz, en ambas, fue fundamental, al igual que los manteamientos, juegos, chanzas y bromas que, en ocasiones, fueron harto pesadas. Tras el carnaval adviene la cuaresma, sin la cual no tendría sentido el primero, como bien afirmara Caro Baroja. En su representación perduran sistemas de regeneración del año y de la vegetación, con la celebración de pantomimas, como la de «la muerte y entierro del carnaval», la lucha entre invierno y verano, seguida de la expulsión de aquél o de la muerte e instauración de la primavera. La cuaresma se representa como una vieja de cartón con siete piernas, que simbolizan sus semanas de vida y, al final, cuando llega su momento, se ajusticia al igual que se hace con el carnaval. En Puente Genil, en los cuarteles de las agrupaciones bíblicas, es costumbre representarla como un bacalao con siete arenques, que se arrancan conforme transcurre el periodo de penitencia. En otros municipios de España, con su quema, el día era muy celebrado, normalmente con matracas y quiebra de cántaros, no faltando en algunos de aquellos su identificación con Judas, quien muere al resucitar Cristo; de ahí, la aplicación y la consabida quema de su efigie en algunas de nuestras festividades de Pascua.

* Catedrático