El tema es levantar el muro o reventarlo. Donald Trump ha conseguido completar su encarnación del mal, su corporalidad resonante de himnos fascistas entre las avenidas de la plaza mundial. Ahora es inmediato el eco del discurso, podemos escucharlo en directo, rebelarnos también y tirar nuestra piedra de indignación en mitad del océano -eso, precisamente eso, es este artículo-; pero, unidas a otras millones de piedras, pueden construir un puente para el paso de una respuesta unitaria. No se trata ahora de criticar a Trump, no se trata tampoco de insultarlo: cuando alguien se degrada tanto a sí mismo, cuando uno se convierte en el objeto pasivo de su propia zafiedad, los demás únicamente podemos contemplar el derrumbe sonoro de su propia inmundicia. El problema, claro, no es sólo que Trump y cuanto dice esté podrido, sino que su apariencia de payaso puede confundirnos, puede distraernos de la realidad, y llevarnos a pensar que estamos en un circo de tres pistas. No lo estoy insultando: es que parece un payaso, es que estamos, como en la novela de Andrés Barba, en presencia de un payaso -sí, de baja estofa, todo lo que ustedes quieran, pero un payaso-, una suerte triste de showman perecedero que vulnera su propia dignidad, mientras eleva la mezcla de rictus contenido por la risa que no llega y el asco que revienta el brío en los pulmones: como cuando se ha revolcado en el cuadrilátero de la lucha libre y se ha dejado pegar, o como cuando ha intentado burlarse de un periodista minusválido, ridiculizándose a sí mismo.

En serio, el tema no es tampoco la incoherencia. El tema no es que este hombre que criminaliza a los inmigrantes esté casado con una eslovena, que su madre fuera una escocesa y sus abuelos paternos inmigrantes alemanes. El tema no es que llegaran a EEUU como muchos otros inmigrantes: comidos por el hambre, por la pobreza y la devastación, en busca de un futuro que habitar. No se puede aplicar la lógica a un argumento ilógico. No se puede intentar buscar la falla, esa grieta retórica, a un análisis de la realidad que está comido por el engreimiento, el fanatismo, la cobardía y el miedo. No se trata de eso: por más que sean evidentes todas las incoherencias de cuanto dice Trump, por más que él sea descendiente de inmigrantes y ande ahora persiguiendo la inmigración, creo sinceramente que ese no es el camino. El riesgo, insisto, es que estamos en presencia de un payaso, y no lo estamos tomando suficientemente en serio. Es como si en Alemania, en 1932, no hubiera ganado las elecciones Adolf Hitler y no hubiera empezado su política antisemita, el recorte de derechos civiles a la población judía, con sus noches de los cristales rotos y las estrellas de David clavadas a las solapas de las chaquetas, sin derecho a pisar las aceras ni tampoco a sentarse en los bancos de la calle; imaginen que todo eso estuviera sucediendo no bajo la imagen terrible que tenemos de Hitler, sino de la de Charles Chaplin interpretando a Adenoid Hynkel, su personaje paródico en El gran dictador, y estarán más cerca de lo que está sucediendo.

Donald Trump encarna una parodia propia. Pero los males que ha empezado a esparcir por el mundo, en nuestro tiempo -como en el relato de Hemingway-, no son paródicos. Que se pueda agredir públicamente la dignidad de un discapacitado, intentando ridiculizar su minusvalía, por parte del presidente de un país, es una invitación sí, pública, para que los discapacitados comiencen a ser denigrados por sus conciudadanos. Que se admita sin ningún rubor que la tortura es un buen método para luchar contra el terrorismo, es una invitación a que los servicios de inteligencia de su nación, y de todas las demás, no objeten reparos a su consideración como práctica habitual. Que se levante un muro contra la inmigración y se la criminalice no sólo por su pobreza, sino por el color de su piel -puesto que no hay mayor ejemplo de familia inmigrante en EEUU que la familia Trump, mezcla de alemanes, escoceses y eslovenos-, es una apología del racismo. O sea, que no haya dudas: aunque nos parezca bufo, patético, infumable, demasiado grotesco para ser verdad, Donald Trump es cierto.

Como ha dicho Leonardo Padura, no se trata sólo de un discurso contra México, sino contra toda América, contra el español, contra nosotros. Se trata de un discurso contra el mundo. Si la ONU y la Unión Europea no reaccionan, habrán firmado, con anticipación, su sentencia de muerte. No nos engañemos: hoy tenemos a Hitler en la cima del tiempo.

* Escritor