Ante el encuentro entre Theresa May y Donald Trump hay quien esperaba un nuevo momento Reagan-Thatcher, el de mayor confluencia y proximidad entre los líderes de EEUU y el Reino Unido. Entre Trump y May hay sintonía en algunas cuestiones, como es el caso de la UE (brexit obliga), pero los tiempos han cambiado lo indecible y aquella afinidad que se registró en los años 80, en la que aquellos líderes ya fallecidos se reconocían como iguales, hoy es más difícil. Sin ninguna cultura política y con su mantra electoral de Estados Unidos primero, Trump está barriendo de un plumazo la arquitectura sobre la que se han asentado las relaciones internacionales desde 1945, y de paso se está llevando por delante la vieja tradición librecambista a favor de un proteccionismo que poco bueno augura. May, por el contrario, sí viene de una cultura política, y su visita a la Casa Blanca tenía entre varios objetivos asegurarse de que Trump no se inhibirá de los compromisos de seguridad y defensa que implica ser miembro de la OTAN. Según May, el apoyo del presidente a la Alianza Atlántica es total. En este sentido, objetivo cumplido, al menos de palabra. El otro, y el que más interesa ahora a May, el de asegurar un tratado comercial posbrexit, quedó en un terreno poco definido, y la debilidad de May frente a Trump no favorece a la británica. Un éxito que May sí se lleva a Londres es el de haber sido la primera gobernante en ser recibida por Trump.