Envejecimiento saludable. Envejecimiento activo. Envejecimiento con éxito. Envejecimiento competente. Envejecimiento satisfactorio. Envejecimiento óptimo. Envejecimiento productivo. Esas denominaciones tratan de mostrar una imagen positiva del envejecimiento, tal vez como contrapeso a las visiones negativas, aunque resulta evidente que la gente de la calle elabora sus creencias a partir de percepciones y experiencias directas con las cuales construye sus propias ideas sobre la realidad. Por ejemplo, es un hecho que muchas personas conviven día a día con otras personas que muestran la pérdida de su capacidad funcional, o conocen las malas condiciones económicas de las personas que cobran pensiones que les aproximan al umbral de la pobreza, o la pérdida de determinadas prestaciones sociales, sanitarias o farmacéuticas --como está ocurriendo en el momento histórico que vivimos--, que genera un envejecimiento en riesgo. Parece cierto que esas propuestas sobre el envejecimiento en positivo chocan con las percepciones sociales negativas que se detectan y que pondrían de manifiesto la contradicción entre aquello que se propone como modelos a seguir y lo que las personas creen realmente.

Las percepciones sobre las personas mayores que representan el imaginario social se encuentran divididas en dos posiciones opuestas. Por un lado, las que fomentan mitos y estereotipos negativos sobre esta etapa de la vida; desde la incapacidad para realizar trabajos y aprendizajes, hasta la involución, la enfermedad, la dependencia, el declive, la pobreza o la desintegración social. En el otro extremo estarían las visiones colectivas sobre los beneficios que se alcanzan en la vejez, como la experiencia, la sabiduría, o la definición como grupo social activo, dinámico y creativo. Desde esta otra parece como si fuera necesario llegar a determinada edad para lograr tales aspectos que, además, no serían atribuibles a todas las personas de esos grupos por igual, y que éstas fueran facetas y cualidades desconocidas en otras etapas de la vida.

Por su parte, los estereotipos positivos han idealizado esta etapa de la vida al considerar que la persona mayor queda liberada de las cargas familiares y laborales, alcanzando la plena libertad de emplear su tiempo y sus recursos en lo que realmente le gusta hacer. La experiencia acumulada les puede servir para alcanzar prestigio social, prudencia, sabiduría, independencia y felicidad. De ahí que las personas mayores, en algunos ámbitos profesionales, como la política o la vida académica, puedan alcanzar más prestigio a medida que avanza su edad. No ocurre lo mismo en el desarrollo profesional en otros sectores que requieren menor preparación.

Cabe señalar que en ninguno de los dos casos se hace una distinción entre la población mayor y la anciana. Esto es importante porque la percepción de la sociedad puede variar cuando se distinguen y se explican las diferencias entre los dos grupos de edad. Del mismo modo, la percepción sobre el envejecimiento y la vejez puede ser distinta para los miembros de un grupo y otro, muy solas, sin apoyo familiar o social

En conclusión, son varias las posibilidades que tenemos para interpretar el papel de las percepciones sociales sobre las personas mayores. Podemos decir que las percepciones negativas no son erróneas, sino que responden a lo que numerosas personas de distintas edades piensan y creen, incluidas las propias personas mayores. Negar esta evidencia no conduce sino a un optimismo que de poco sirve. También podemos interpretar que las percepciones sobre el envejecimiento son múltiples y variadas, unas acertadas y otras -las más-- erróneas. Tal vez sea interesante plantear que la coexistencia de distintas y, a veces, contrapuestas visiones del envejecimiento forma parte de la realidad social.

* Doctor en Ciencias de la Educación