Hoy no he perdido el avión gracias a una azafata muy simpática». Frase pronunciada por un amigo y que me hace reflexionar sobre aquellos que poseen la facultad de la simpatía. El ser humano convive en sociedad, organizadamente y desarrollándose de manera colectiva. Formamos una cadena colaborativa que en mayor o menor medida hace que dependamos unos de otros. Es por eso que, sujetos a esa dependencia, las cualidades o defectos de quienes nos rodean son importantes, ya que en función de ello nuestra vida transcurre de mejor o peor manera. Nuestro destino depende más de lo que imaginamos de aquellos con quienes nos cruzamos a diario. Tal vez por eso una cualidad muy valorada socialmente hablando es la simpatía. La simpatía, según el diccionario, es una cualidad basada en tener un carácter atractivo que busca afabilidad con los demás. Una persona simpática despierta afectos, da bienestar y provoca confianza e incluso deseo. Será por eso que ante un médico simpático uno se pone en sus manos con más fe que con uno que no lo es. Y valoramos positivamente un hospital según el trato que te han proporcionado las enfermeras. Una azafata de vuelo simpática relaja a los que viajan más tensos. Y un amigo simpático siempre está más buscado en las relaciones sociales que los más toscos o desagradables.

Pero no hay que confundir ser simpático con ser gracioso. Una persona simpática no tiene por qué ser divertida. Simplemente es alguien encantador que propicia con su actitud una relación afectiva y colaboradora. Ahora bien, si encontramos a alguien simpático que además es gracioso, entonces se unen dos cualidades que hacen de esa persona alguien socialmente muy disputado por su empatía. Y es que los simpáticos y graciosos no abundan. Uno puede aprender a moldear su carácter, pero difícilmente se aprende a ser simpático o gracioso. Hay un hecho irrefutable: solo caen bien los que tienen la innata cualidad de ser simpáticos, y por el contrario, caen fatal los que se lo hacen.

* Periodista