Ante la reciente resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que exige el cese inmediato y completo de los asentamientos judíos en Jerusalén Este y Cisjordania al considerarlos «una flagrante violación internacional en territorios ocupados y un gran obstáculo para conseguir la creación de dos Estados, así como una paz justa, duradera y completa», el gobierno de Israel se ha rasgado las vestiduras, y con razón: EEUU por primera vez en su historia no ha vetado una resolución contra Israel en el conflicto palestino. El argumento de Obama es que vetarla significaría apoyar los asentamientos. Lógico. Se comprende que en Israel se hayan levantado voces como las de Naftali Bennett, líder del ala derecha del gobierno de Netanyahu, reclamando medidas más drásticas que incluyan la anexión de parte de los territorios ocupados porque «ha llegado la hora de que se pase de la retirada a la soberanía». No hay que andarse con rodeos y nada mejor que un contraataque fulminante a la menor reclamación.

Desde que el sionismo puso el despertador en sus textos sagrados para satisfacer las «necesidades presentes» y las «esperanzas futuras» que le otorgaron las potencias occidentales con la Declaración Balfourt en 1919, despreciando la existencia de los 700.000 árabes que ocupaban aquellas tierras, Israel no ha cesado de crecer territorialmente gracias a lo que Edward Said considerara fruto del «determinismo histórico que se desarrollara sobre perspectivas coloniales». No sé si buscan echar a los árabes al mar, pero está claro que así no será fácil que se materialice un Estado palestino. Puede que los palestinos sean un pueblo antes y después de la Nakba, pero no es seguro que tengan derecho a una tierra en la que llevan viviendo más de 2.000 años. No con las fronteras actuales. Si la venganza reclama mil ojos por un ojo, la ambición colonial no tiene límites -o la seguridad nacional, que es la justificación recurrida-. A Israel no le basta con que, según Vasslisk Fouskas, ya se haya posesionado de un 21% más de lo que le distribuyera la ONU en 1947: quiere anexionarse parte de lo que ocupó en 1967 en un acto de guerra. Desde un punto de vista, es lógico también. No hay nada más que ver un mapa de los asentamientos judíos en Cisjordania para comprender el valor de los hechos consumados y el plan estratégico que los guió. ¿Y es que van a derribar ahora no solo las necesidades presentes de miles de viviendas construidas con su verde parterre, su agua corriente y su huerto florido, sino las esperanzas futuras de crear el Gran Israel? Ni unas ni otras las destruirá Obama o la ONU.

La crítica a la política a dos manos de Netanyahu es correcta también: no se puede apoyar al mismo tiempo los asentamientos y la solución de los dos-Estados. Sholomo Avineri, prestigioso intelectual que participó en los Acuerdos de Oslo en el equipo de Isaac Rabin y logró la paz con la OLP, exige a Netanyahu que elija entre la comunidad internacional o Bennett, y se pregunta: «¿Es esto el sionismo?» La pregunta es de lo más pertinente y Donald Trump se apresuró a responderla: «EEUU debe vetar la resolución», argumentando que «pone a Israel en una pobre posición negociadora y es extremamente injusta con todos los israelita». Olvidando la justicia con los palestinos, no sé si es la mejor manera de buscar la paz.

* Comentarista político