Debo advertir que a mí no me gusta la Navidad. Ni en esencia ni en apariencia.

Cuando hablo de esencia me refiero a los mitos origen de estos festejos («sagrada familia», «reyes magos»). No me gusta por la impostura que supone presentar como historias lo que son cuentos. Siendo la infancia el principal destinatario e inoculando en sus pequeños cerebros, como si fueran verídicos, unos disparatados relatos.

Nos encontramos con que instituciones que deberían cuidar por el buen desarrollo físico e intelectual de los pequeños, como son la familia, la escuela y la sociedad, colaboran en formar una población crédula y supersticiosa en lugar de ciudadanos críticos y racionales.

De la llamada «sagrada familia», decir que se trata de una familia muy peculiar. Una madre recién parida que sigue siendo virgen, un padre que no ha participado en el acto de fecundación, y al parecer sigue en abstinencia sexual dada la supuesta virginidad de su esposa, y un niño que es al mismo tiempo hijo y su propio padre, ya que representa una de las tres maneras en que se metamorfosea el dios cristiano. En fin, una historia «muy razonable» y rigurosa, para formar ciudadanos racionales, críticos y difíciles de manipular.

De los «reyes magos» solo dos consideraciones. La primera es que, independientemente de la edad, creer que tres personajes montados en unos camellos son los repartidores de juguetes a todos los niños del mundo demuestra una falta de inteligencia preocupante. Y la segunda que, más pronto que tarde, los niños descubren que los adultos, y en especial los padres, no son dignos de confianza, sino unos mentirosos. Sin entrar en consideraciones más profundas como la desigualdad de los regalos en función del poder adquisitivo y no de la «buena o mala» conducta del destinatario como nos pretenden hacer creer.

En cuanto a la apariencia, es decir, las manifestaciones externas del evento por parte de los adultos, el panorama no es más halagüeño.

Durante el tiempo, cada vez más largo, que dura la Navidad, me viene el recuerdo de aquella película de los setenta: Danzad, danzad, malditos. En ella se mostraba un ambiente de terrible miseria, en los Estados Unidos durante la Gran Depresión, en el que personas desesperadas se apuntan a un maratón de baile con la esperanza de ganar el premio final en metálico. Mientras los concursantes fuerzan su resistencia hasta la extenuación, una multitud morbosa se divierte contemplando su sufrimiento durante días.

El imperativo de aquella película podíamos aplicarlo al periodo navideño, sustituyendo danzar por comprar. Así el lema con el que podemos definir estas fechas sería: Comprad, comprad, estúpidos, dada la vorágine compulsiva a comprar que se apodera de las masas, que ayudada por una propaganda muy hábil en manipular los sentimientos genera una presión social asfixiante con «licencia para comprar» por una parte, al margen de las necesidades y posibilidades, y por otra, «sentimientos de culpa» si no se participa en este disparate (negocio) del regalo a tutiplén.

A las compras sin control se le añaden unos consumos exacerbados de productos, en muchas ocasiones dañinos para nuestra salud. Es como si durante estas fechas se nos diese permiso para liberar nuestros impulsos de las débiles ataduras de la razón, y solo obtendremos la felicidad comprando y consumiendo. Destacando el consumo de alcohol y bollería típica como elementos esenciales de la tradición. El esfuerzo realizado para luchar contra el alcoholismo, el sobrepeso, la diabetes, el cáncer, las enfermedades cardiacas, la ludopatía, etc., de pronto hacemos un paréntesis y lo mandamos todo al garete en beneficio del mercado.

Otro estúpido icono de estas fechas lo tenemos en la lotería. España es el país de Europa donde la población más dinero gasta en juegos de azar, más de 30.000 millones de euros anuales. Se llega al disparate de que el Estado promocione la participación, incluso manipulando los sentimientos con anuncios como el de la abuela demenciada a la que todos le siguen la corriente. Digámoslo alto y claro, el juego de la lotería está basado en los instintos más egoístas del ser humano pues para que unos pocos ganen muchos pierden. Deberían sacar en los medios a las personas que se han gastado en lotería una parte necesaria de un presupuesto pobre. Eso sería hacer pedagogía y no mercantilismo.

Para finalizar, señalar los productos que de manera habitual nos viene mostrando la televisión en la salida y entrada de año: las sensuales burbujitas de una bebida alcohólica y la insana bebida azucarada de la que se venden un millón de envases diarios en el mundo. Todo ello endulzado con el turrón de una añorada infancia y perfumado con colonias que actúan como irresistibles feromonas. La ciencia, las artes, en definitiva la cultura y la salud de las personas y el medioambiente lo dejaremos para otro momento.

Ahora toca devorar, emborracharse, apostar, comprar, rezar, cantar, en fin, divertirse. Yo, como decía Sinatra, lo haré A mi manera.

* Miembro del Colectivo Prometeo