La desigualdad entre hombres y mujeres es una lluvia que impregna nuestro modo de estar en el mundo. En ocasiones es amarga y mina la proyección femenina. Otras, es corrosiva y pone en riesgo la integridad física: 36.000 mujeres han denunciado haber sufrido violencia machista en los últimos tres meses. Hablamos mucho de los males. Nos centramos en visibilizar el problema, pero quizá no ponemos tanto rigor en reclamar responsabilidades. Hablemos claro: la minusvaloración de la mujer perjudica a ellas y beneficia a ellos. Cada vez que una mujer es apeada de un cargo o ve limitado su sueldo o es ofendida o maltratada por su condición de mujer, hay un hombre que se beneficia de ese cargo o que se siente apuntalado en su hombría. El combate de esta realidad no pasa por una guerra entre sexos, los hombres también son víctimas de los roles patriarcales. Pero para conseguir la igualdad, ellos deben renunciar a unos privilegios que se extienden a todos los ámbitos. Bastan tres ejemplos: si la maternidad cercena las carreras profesionales femeninas, ¿por qué no es obligatoria la baja paternal? ¿Es aceptable que la Junta de Portavoces del Congreso de Diputados esté formada solo por hombres? Los medios que apuestan por articulistas machistas, ¿son conscientes de que fomentan la discriminación? Al final, ellas son las despreciadas, agredidas o asesinadas. Y todos los males brotan de una misma desigualdad.

* Escritora