Persiste el anciano cronista en la placentera labor de trascribir viñetas de vida de los inigualables amaneceres de la ciudad incomparable de cuyo vecindario forma parte desde ha más de cuarenta años.

En la presente ocasión es el relato de las vicisitudes familiares de un abnegado conductor de la red de autobuses de la que puede enorgullecerse la antigua capital imperial, el que centra la atención del articulista, en verdad, casi conmocionado --no en balde fue profesor durante medio siglo- por el muy reciente informe PISA acerca del triste destino educativo que afronta la mocedad de su tierra.

El tema principal de la corta conversación entre el cronista y el conductor --arquetipo, por lo que podía intuirse, del hombre medio que constituye sin ningún género de dudas la mayor riqueza del solar históricamente privilegiado de la Bética-- radicó en la formación de sus cinco hijos. Tres con estudios de grado medio, uno titulado superior y una niña aún en los intrincados meandros de lo que antiguamente se denominaba enseñanza primaria. Desde las cotas pedagógicas hodiernas, admirable balance de conjunto, sobre todo, de las premisas económico-sociales de su hogar. Con sofrenada complacencia, su cabeza daba cuenta de los méritos de sus hijos al tiempo que exponía con sobriedad los mil y un trabajos que ello había supuesto para él y su esposa. Pues «hoy educar significa ir a contra corriente en muchas cosas...». Certero diagnóstico de un ciudadano de la calle bien advertido que sin convicciones propias resulta arduo, cuando no imposible, inculcar las nociones básicas de una honesta conducta en las generaciones juveniles, prestas siempre a dejarse seducir por modas tendentes con frecuencia al éxito fácil y el placer inmediato. Sin amor a las causas que ennoblecen la condición humana y el consiguiente rechazo a las que la deturpan no cabe construir una sociedad en la que la ahincada responsabilidad por lograr su funcionamiento óptimo sea la premisa esencial de sus integrantes, en especial, de los que parte de sólito el ejemplo.

Por desgracia para el anciano cronista no dio más de sí su provechoso y fruitivo diálogo con el amable conductor al que esperaba todavía una muy larga jornada de nervios en ebullición como efecto del infernal tráfico viario de una ciudad, desventrada en sus arterias principales por mor de cogitaciones muy profundas o de ocurrencias desocupadas de sus autoridades edilicias.

No menor estruendo y desafinamiento reinaban en buena porción de las noticias consignadas en los periódicos que, poco más tarde, en cumplimiento de elementales deberes profesionales y satisfacción de impulsos vocacionales, el cronista leía con avidez. Desencuentros por doquier; frivolidad al cuadrado en la opinión de dirigentes y partisanos; elusión generalizada de compromiso; avance arrollador de exigencias sin contrapartida... Ni rastro, por último, de comportamientos y actitudes de los incontables conductores de autobuses oficiales y privados que, al igual que su colega andaluz, se afanan por cubrir cuotidianamente en el ámbito de familia y profesión, la misma hoja de ruta, sedimentada en la auto-exigencia más rigurosa que les lleve a la meta de la ejemplaridad social... Y a seguir, claro, con su pétreo respaldo por el país que les viera nacer.

* Catedrático