Asistimos ayer, con el homenaje a nuestro querido Paco Solano, a un acto de justicia, pero también de necesidad. De justicia, porque en la mente de todos están los sobrados méritos que atesora Paco para hacerse acreedor de este reconocimiento. Y de necesidad, porque hoy más que nunca, en medio del imperio de la mediocridad y vacuidad en la que vivimos, es imprescindible la exaltación de todo referente social digno de emulación.

Por eso no podía faltar a esta noble cita en la que, además de mi pleitesía -si me permiten el término caballeresco-, quisiera manifestar públicamente mi orgullo por haber acompañado a Paco en dos de sus más brillantes pasajes de su extraordinaria trayectoria vital.

El primero de ellos, durante sus dos años como director de La Voz de Córdoba, 1981 y 1982, donde yo era consejero delegado. Paco, entonces, insufló aquellos vientos de libertad que trajo la democracia con su timbre inconfundible de la verdad, de la independencia, de la autenticidad. Por ello, ‘Sin silencios’ creó una ilusión colectiva en los demócratas convencidos, a la vez que infundía manifiesto temor en los poderes fácticos de nuestra Córdoba «de los discretos».

Fue una etapa breve, pero intensa y fecunda, en la que pilotó con osadía, y prácticamente hasta la extenuación, el hito histórico de ser el primer diario nacional que salió a la calle todos los días de la semana, sustituyendo a la Hoja del Lunes que algunos de ustedes recordarán.

Su proverbial prudencia le llevó a reingresar en el diario CÓRDOBA, donde un año después el bagaje de ese equipo humano de La Voz, forjado en la dificultad en torno a Paco Solano -y en el que se encontraba el actual director Francisco Luis Córdoba-, iniciaba la exitosa andadura de un medio adquirido en subasta pública.

Volví a encontrarme con Paco Solano en 1989, en la Caja Provincial de Ahorros de Córdoba, de la que yo era presidente. Queríamos potenciar la divulgación cultural a través del libro —«Una Caja de Libros»—, y Paco era el hombre adecuado para imprimir al servicio de publicaciones el rigor y la excelencia que lo hiciera atractivo. Lo era por preparación, por su tenacidad y capacidad de trabajo, pero sobre todo porque ya hacía tiempo que este montillano, de incansable curiosidad intelectual, había elegido la geografía provincial —los pueblos y su gente— como tierra fértil donde derramar para que germinara toda su creatividad cultural.

De ahí que, a pesar de la aceptación de las colecciones Viana, Triunfo, Galería de Arte, Plaza Mayor y Cajalibro, el mayor éxito editorial fuera, precisamente, su iniciativa de los fascículos de Los Pueblos de Córdoba y de Córdoba Capital, para los que, como coordinador general, dirigió 60 colaboradores especialistas de las distintas materias, alcanzando una tirada de 27.000 ejemplares, que se distribuían cada sábado con el diario CORDOBA.

Con Julio Alcántara, al que sustituyó al frente de la Obra Social y Cultural, hizo un equipo magnífico, dejando en la Caja una huella imborrable, a pesar de la torpeza y mezquindad de la presidencia de la Caja fusionada que no quiso aprovechar el enorme caudal que podría haber aportado Paco Solano.

Él, sin embargo, sigue alimentando las raíces de una memoria que nunca debe perderse, como demuestra su último estudio sobre la Historia de la Caja Provincial, titulado «Medio siglo de eficacia y servicio a Córdoba». Es un trabajo, como todo lo que sale de él, meticuloso, riguroso, objetivo y generoso en la mayor amplitud del término.

Este merecido homenaje no es un punto y final. La obra de Paco sigue, día a día, de manera incansable enriqueciendo el acervo cultural de nuestra Córdoba, de sus pueblos y de su gente. Porque para Paco escribir no es una mera profesión, ni siquiera una vocación. Es, como diría Ana María Matute, una manera de estar en el mundo.

Gracias, Paco, por tu entrañable amistad; por tanto como nos has dado.

* Empresario