La jubilación ofrece una magnífica oportunidad para construir una perspectiva emancipadora de la propia vida: la vivida y la por vivir. Constituiría un grave error dar el viaje por terminado al llegar a la jubilación o la vejez. Su biografía no ha finalizado. Todos somos personas, es decir, seres en el tiempo que vivimos, sufrimos y ansiamos ser felices. Pero, ¿qué es en realidad una persona?

Cierto día, un amigo le comentó al filósofo británico Gilbert Ryle que le gustaría conocer la universidad. «Nada más fácil --le dijo Ryle-- la próxima semana sube conmigo a Oxford». Cuando llegó el día, Ryle presentó su amigo a profesores y alumnos, visitaron bibliotecas y laboratorios, pasearon por el campus, entraron en los college, asistieron a clases y conferencias. Al terminar el día el amigo sorprendió a Ryle con la pregunta: «Bien, pero ¿dónde está la universidad?». Sin profesores, estudiantes, bibliotecas, aulas, laboratorios... No existiría la universidad pero no son la universidad. La universidad pertenece a otra categoría. La universidad no es algo tangible, no es una cosa.

Algo parecido pasa con la persona. La persona no es el cerebro, no es el cuerpo, no es la familia, no es el grupo con el que se comparten valores, no es el entorno físico, social y emocional, no es la lengua, no es el país. Sin estos elementos no existiría la persona pero no son la persona. La persona es una biografía en constante evolución desde que nace hasta que muere. La persona es un viaje, siempre provisional, siempre cambiante, en busca de una vida plena y activa.

Si el envejecimiento no es un proceso estático ni homogéneo, podemos entender las relaciones entre el envejecimiento y la educación como un proceso constructivo, tendente a lograr la mejora de las capacidades y habilidades disponibles en cada momento, tratando de sacar el máximo de las potencialidades cognitivas, físicas, emocionales o relacionales de cada persona. Esto implica mejorar la percepción de la persona mayor, de su propio proceso de envejecer, buscando el equilibrio entre pérdidas y ganancias, equilibrio que no es exclusivo de esta etapa de la vida sino también de otras anteriores.

Es necesario que la educación ayude a construir, junto a la visión personal, otras visiones sociales del envejecimiento. Mejorar esas visiones significa adelantarnos, con cierta previsión, al tipo de sociedades que les tocará vivir a los que ahora son jóvenes o muy jóvenes, que desconocen que sus vidas van a estar mucho más afectadas por el fenómeno del envejecimiento que en la actualidad. En ese sentido promover una educación para el envejecimiento es importante para no mantener de forma indefinida y artificial una cultura social de la permanente juventud. El autoengaño que produce vivir en sociedades donde la venta de productos y servicios para la «eterna juventud», implica una denodada y permanente lucha contra el envejecimiento, genera beneficios económicos, pero a costa de propiciar unas expectativas imposibles de cumplir.

* Doctor en Ciencias de la Educación