Opinión | Miscelánea

Triunfo del servilismo sobre la libertad

Desde sus perplejidades esta mujer pasó el último verano, oscuro y triste, rebosante de amarguras. Día tras día veía triunfar la mentira, el error y la fuerza mediática. Fue un verano en el que ella sentía su alma abatida y todavía, sin desesperación, percibía el odio en el conductor de un programa de televisión. Pensó que con la llegada del otoño el destino iba a llamar a su puerta pero la perversidad, triunfante en dos cadenas de televisión, abrasaba su piel como quemada con hierro al rojo vivo.

Decidió ir a declarar ante el magistrado del Supremo en su condición de aforada. Cuando su caso pasó a tan Alto Tribunal ya sabía desde el tribunal de Valencia que no se respetaban los derechos en la ley, los principios de humanidad y la presunción de inocencia, los usos comunes en una sociedad democrática e incluso el decoro.

Durante la noche desveló en sueños los velos desgarradores de dos mundos diferentes: el suyo y el que recreaban ciertos medios de comunicación. Alguien aparecía en su sueño para infundirle fuerza y concepto del deber, voluntad para poder pasar de la incertidumbre a la certeza, del silencio al que estaba sometida a la elocuencia, de la esclavitud moral a la libertad de sentimientos.

Desde la máxima organización de su partido político le dijeron que la razón política era siempre la razón, de modo que tenia que dejar la militancia. Tenía que poner todos sus documentos en orden porque se había encontrado un cheque cruzado con su firma mediante el que ingresaba mil euros en las arcas de su partido. Sus documentos solo mostraban una vida consagrada y perseverante a hacer de su mediterránea ciudad una gran metrópoli, a elevar la cultura y las ciencias y a luchar contra la mentira. Sabia que estaba a punto de llegar el día de su destino, que iba a ser triturada por el fatídico engranaje de ciertas agencias de comunicación con la misma certeza de que la rueda del molino tritura cebada y trigo.

Contemplaba, indignada, cómo soeces desconocidos construían un caso de criminalidad sobre un cheque de mil euros, signado por ella; acusación aviesa en la que latía el odio sin causa y mercenario, propio de verdugos. Estaba viviendo esta mujer en un Estado en el que la desnuda brutalidad contra ella se pretendía enmascarar exteriormente con palabras de decencia.

Ella se llamaba Rita, porque tras los disgustos ha muerto.

Rita, hasta octubre, había acreditado entereza. Tuvo en el Senado que pasar al grupo mixto y al mismo tiempo temía que su vigor, socavado por noches de incertidumbres y de insomnio, se desplomase, desvaneciéndose como clara luz diurna que disipa las sombras de un sueño.

Cuando llegó al hotel se sabía en el mundo de las mujeres condenadas. Sabia que los revolucionarios, que frecuentan ciertas cadenas, sueñan con ocupar los palacios. Por eso Rita no se veía libre de cerrojos y rejas a pesar de confesar su inocencia.

El lunes, antes de su muerte, Rita se decía que solo serenidad podía oponer a su destino, esa serenidad, unas veces, más poderosa que la fuerza bruta. No necesitaba más que su palabra ante el magistrado para salir libre. Jamás se negaría a si misma. Estaba comprobando que también los caminos triunfales, como el suyo, podían desembocar en miseria.

Algunos comentaristas querían la confesión de su culpa, e incluso que en sus ideas se pudieran encontrar índices de criminalidad. Aquel día no fue a comer con algunos compañeros. Sintiose desesperada pues advertía claramente que entre el mundo de aquellos políticos de su partido, el de los adversarios y el suyo propio existía una incomprensión radical y congénita. Aquella noche le habían abandonado la esperanza y sus fuerzas. Noche de estéril desesperación, de intenso dolor como si se hallará en una celda. Había declarado voluntariamente ante el Magistrado; solo quedaba una cosa: aguardar la resolución del caso.

Pero esa noche su corazón falló. Borró la esperanza de que la razón al fin iba a imponerse. Un silencioso abatimiento descendió sobre su ánimo en tanto ella pensaba en la inexorabilidad y en los caprichos del destino .

Rita Barberá murió, se despidió de este teatro abominable, reflejo de lo absurdo y de la esterilidad de personajillos políticos y mediáticos que quieren ser actores del poder supremo. Esos que le acusaban son mediocres y monótonos figurantes.

Esta gran mujer es ya fugitiva luz de esperanza, estrella errante que asciende lentamente en el firmamento para apagarse. Fue faz primitiva, sencilla, creyente, soñadora, llena de buena voluntad, de sinceridad y de honradez, lejana a toda vesania.

Sobre ella se abatió el dolor promovido por el odio, embriagado de pasiones. Creo que en el fondo de su alma conservaba la difusa esperanza de un milagro que la salvase. Murió repentinamente y tras la muerte las hebras de la esperanza se extinguen.

Ha triunfado la fuerza mediática sobre la razón, el servilismo sobre la libertad, la mentira sobre la verdad.

* Catedrático emérito de la UCO

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