Opinión | Colaboración
En la muerte de Fidel Castro
Yo soy de esos que siempre quiso conocer Cuba antes de que Fidel Castro muriera. Muchos hay que estaban esperando ir después y deseando que fuera pronto para tomarse un cubalibre en La Habana. De hecho, ya lo celebran en Miami, donde se inventó el cóctel. Fidel ha muerto. Su vida despertó pasiones y odios, como todos los hombres que tratan de cambiar la historia. Tal vez llevara razón el senador norteamericano William Fulbright en que la incapacidad de su gobierno de diferenciar nacionalismo de comunismo condujo al castrismo a alinearse con la URSS. En cualquier caso, la revolución cubana fue una inspiración para la liberación de los pueblos del Tercer Mundo. Su impacto fue enorme. Quienes tengan mi edad recordarán las esperanzas que levantó en los desposeídos de la Tierra y en los países en proceso de descolonización. Y no solo en Latinoamérica. Nelson Mandela declaró que durante todos sus años de prisión Cuba fue una inspiración y Fidel Castro una torre de fortaleza, y pregunta: «¿Qué otro país puede igualar la gran generosidad que Cuba ha desplegado en su relación con África?». La revolución cubana fue un punto de referencia en el debate de nuestra época. Jean Paul Sartre decía que le bastaba ver la más mínima reacción de alguien ante la pregunta de qué opinaba sobre Cuba para conocer quién era, cómo pensaba, y lo abandonaba si era desafecto. Se auguraba que el mundo sería socialista y acaso quedaría un reducto capitalista en EEUU y Canadá. Esta sensación se vivía en las universidades norteamericanas cuando yo estudiaba allí.
Pero, a partir de la caída de la URSS y la reacción neoliberal, ha sucedido todo lo contrario: solo Cuba ha quedado como un ejemplo de ese sueño que han tratado de destruir mil veces y de mil modos, que han enfangado y distorsionado con una implacable propaganda denigratoria, que ha sido aislado, asediado y atacado, pero no destruido. Afortunadamente. En abril de 2001, tras la publicación por el Banco Mundial del World Development Indicators se le hizo esta pregunta a James Wolfensohn, presidente de la institución; «en este informe, de todos los países, hay uno que particularmente destaca en todos los indicadores: educación, salud, gasto social, y este país es Cuba, el único que no recibe consejos ni ayuda de BM ni del FMI… ¿Cuál es la razón por la que Cuba es tan sobresaliente?». Debemos reparar en esta pregunta antes de juzgar a la revolución cubana.
Fidel ha muerto, ¡qué vaina, hermano!, pero siguen vivas sus palabras a Ignacio Ramonet en 2006: «El pueblo cubano jamás consentirá que Cuba vuelva a ser una colonia de los yanquis». Y hace pocas fechas, sintiendo próxima su muerte, declaró: «Los hombre morimos pero las ideas quedan». ¿Volverá Cuba a ser lo que era antes de la revolución socialista: un país vendido a los mercaderes norteamericanos o, para ponerlo en lenguaje ideológico, un país de libre mercado y democracia made in USA? ¿Volverá a caer la isla en las garras yanquis como la «fruta madura» que esperaba el secretario de estado norteamericano John Quincyt Adams antes de 1898, cuando la deprendieron del árbol carcomido del imperio español y se la apropiaron hasta la llegada del comandante Fidel? Las cenizas del líder de la revolución cubana ya reposan junto a las del héroe de la guerra de la independencia José Martí. Descasen en paz.
* Comentarista político
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