Hace unos días busqué en el diccionario la palabra «estajar». Se trata de una forma antigua y vulgar de «destajar», que entre sus acepciones acoge: «Ajustar y expresar las condiciones con que se ha de hacer una cosa». Mi interés era consecuencia de que un hortelano egabrense me dijo que era una palabra de uso común en nuestro pueblo, pues cuando se entablaba una conversación entre dos personas que no se conocían o una de ellas tenía una condición (por su cargo) superior a otra, se decía: «vamos a estajar» y se decidía si se hablaban «de mira» (se tuteaban) o «de usted». De esa forma se evitaban los equívocos y se establecía desde un principio la fórmula a utilizar en su relación, es decir, se llegaba a un acuerdo sobre las condiciones en el trato mutuo, lo cual es acorde con esa acepción antes citada. La verdad es que yo no había oído nunca la utilización de ese término, que con toda probabilidad habrá caído ya en desuso, excepto entre determinadas personas como la que hablaba conmigo, pero el hortelano me invitó a que investigara y comprobara que él tenía razón, como en efecto así ha sido. Durante nuestra conversación, por otro lado, «estajamos» que no utilizaríamos el usted, sino que nos tutearíamos.
Con posterioridad he pensado varias veces cuántos problemas nos evitaríamos si fuésemos capaces de aplicar esa práctica en otros ámbitos. Así, ahora que se ha aprobado una proposición de ley, que solo tuvo en contra los votos del PP, por la cual se paraliza la aplicación de la Lomce en aquellos aspectos que hasta el momento no se han puesto en marcha y se insta a la elaboración de un pacto educativo, quizá sería el momento de que nuestros representantes «estajaran» antes de tomar en consideración cualquier aspecto concreto de una nueva reforma del sistema educativo. En mi etapa como docente he conocido varios cambios, y en todos los casos hubo un denominador común: se implantaba un nuevo modelo sin partir de una evaluación previa del anterior, sin considerar qué había tenido de positivo, qué podía ser aprovechable, sin que faltaran los elogios acerca de lo nuevo, a veces en boca de profetas que solo eran eso, pero que carecían de formación y conocimientos suficientes como para convencer a quienes día tras día estábamos en relación directa con los alumnos en el aula. Recuerdo aquellos tiempos de la llamada «reforma educativa» cuando al final de un escrito se nos arengaba a los profesores con un ¡Adelante, reformadores! En mi departamento elaboramos una respuesta en la que le recordamos lo que Machado les decía a los «arbitristas y reformadores», entre otras cosas, que «no basta renovar para mejorar».
Otro aspecto importante es la escasa atención prestada a lo que pensamos los profesionales, o mejor dicho a nuestra experiencia. Es cierto que a veces se elaboraban encuestas, pero se hacían sobre la base de algo ya elaborado, no eran preguntas abiertas que nos permitieran hacer propuestas. De hecho, casi nunca se daba a conocer de una manera minuciosa y científica el contenido de las respuestas, como mucho alguna rueda de prensa comunicaba qué cuestiones habían sido más debatidas y cuáles se tomarían en consideración. También en mi experiencia personal está el momento en que uno de los citados profetas, ahora dedicado a otras cuestiones con idéntico afán pero con la misma mediocridad, nos propuso que acudiésemos a un curso dirigido a los centros donde se implantaba la Logse al curso siguiente del nuestro. Se indignó cuando otra compañera y yo nos negamos con el argumento de que solo hablábamos de aquello que sabíamos, a lo cual solo se le ocurrió la respuesta de que éramos muy listos, cuando nosotros habíamos señalado justo lo contrario, nuestra ignorancia. Y todo como consecuencia de que, como paso previo, no habíamos estajado.
* Historiador